Evangelio de Marcos: Jesús ha regresado a Nazaret, después de hacer varios milagros, entre otros, el de resucitar a la hija de Jairo, un rabino, y enseña en la sinagoga de su pueblo. Los que le oyen hablar se asombran de los milagros y de su sabiduría. Un lugareño comenta, «¿No es acaso el carpintero, hijo de María, y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y sus hermanas no viven aquí entre nosotros?».
Evangelio de Mateo: El texto es prácticamente idéntico y las circunstancias, también. Jesús enseña en la sinagoga de su pueblo y los presentes se interrogan, «¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros?».
Evangelio de Marcos: Jesús ha formado el grupo de sus discípulos, está predicando y le dicen, «Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan».
Evangelio de Juan: al acercarse la fiesta de los Tabernáculos, sus hermanos dicen a Jesús que vaya a mostrase a Judea. Es una especie de desafío, una encerrona, «Puesto que eso haces, muéstrate al mundo». Y Juan agrega, «Pues ni sus hermanos creían en él».
Hechos de los Apóstoles: Lucas explica cómo, después de la resurrección y la marcha de Jesús, los apóstoles reunidos oran esperando al Espíritu Santo. Y agrega, «Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús y los hermanos de éste».
Epístola de San Pablo a los Gálatas: Después de haber «perseguido con exceso» a la Iglesia de Dios y haber sido «llamado por la gracia» camino de Damasco, Pablo parte para la Arabia y de nuevo vuelve a Damasco. «Luego -escribe- subí a Jerusalén para conocer a Cefas (Pedro) a cuyo lado permanecí quince días. A ningún otro de los apóstoles vi, si no fue a Santiago, el hermano del Señor». En otro texto, el mismo Pablo hace alusión al apostolado al que se habrían entregado los hermanos de Jesús que en un principio lo consideraban un iluminado e incluso una amenaza para su tranquilidad.
Otras fuentes no bíblicas evocan la existencia de estos «hermanos». Según Flavio Josefo, Santiago, hermano de Jesús, fue condenado a muerte por el sumo sacerdote en el año 62. Eusebio de Cesarea, prelado griego, autor de una «Historia de la Iglesia«, escrita ciertamente a finales del siglo III, es decir, mucho después de los hechos, informa de que los nietos de Judas, hermano de Jesús, fueron considerados sospechosos por el emperador Domiciano, que veía en ellos a los pretendientes a una especie de monarquía de los judíos, pero los soltó después de interrogarlos, ya que no eran más que unos pobres campesinos que, no obstante, fueron jefes de comunidades cristianas, probablemente, en Galilea.
La Iglesia católica se niega a admitir que Jesús tuviera hermanos o hermanas. Se basa, sobre todo, en un pasaje del Evangelio de Juan. Éste menciona a una hermana de María, llamada también María, que la acompañaba el día de la crucifixión, «Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María la de Cleofás y María Magdalena». Esta otra María, la mujer de Cleofás, sería la madre de Santiago y de José. Los Evangelios de Marcos y de Mateo evocan, por otra parte, en cuatro ocasiones a una María madre de estos dos o de uno u otro. Por lo tanto, los que el Evangelio llama «hermanos» de Jesús serían en realidad «primos».
Hay que observar que en el episodio de la sinagoga contado por Marcos y Mateo, los cuatro hermanos (y no únicamente Santiago y José que eran nombres muy corrientes) acompañaban a María, la madre de Jesús (y no a la esposa de Cleofás). La mención de estos hermanos y hermanas se hace a continuación de la de María, madre de Jesús, lo que hace suponer a todo lector de buena fe que se trata de hijos de ésta.
Los textos griegos de los Evangelios utilizan para designarlos la palabra «adelphoi«, que significa claramente hermanos y no primos (que es «anepsioi«). En el Nuevo Testamento, la palabra «adelphoi» no se utiliza en ningún otro caso para designar a primos. ¿Por qué había de designarlos sólo cuando se trata de la familia de Jesús?.
Los defensores de la tradición católica esgrimen otro argumento. En realidad, dicen, el término griego traiciona un poco al hebreo. En hebreo existe una voz, «ah«, que denota parentesco, entre otros, el existente entre primos. Y esta voz ha sido mal recogida por el texto griego. Por lo tanto, se puede hablar legítimamente de «primos».
No obstante, cuando Pablo escribe a los colosenses, una comunidad cristiana instalada al nordeste de Éfeso, en la actual Turquía, utiliza la palabra griega exacta, «anepsioi«, y no «adelphoi» al hablar de «Marcos, primo de Bernabé» que momentáneamente fue su compañero de apostolado; es decir, que no confunde «hermano» con «primo».
Por otra parte, es de observar que todos los comentaristas católicos autorizados admiten sin discusión a todos los otros «hermanos» de que habla el Evangelio; en ningún caso sugieren que pueda tratarse de primos u otros parientes, sino que aceptan sin pestañear que «adelphoi» se traduce por «hermanos». Sólo se duda de la existencia de los hermanos de Jesús. Por una razón de peso: si él era el mayor de siete u ocho hermanos, ello significa, evidentemente, que su madre, que era virgen en el momento de su nacimiento, dejó de serlo después.
Ahora bien, dos frases de los Evangelios de la infancia de Jesús, dos frases que ya hemos visto, sugieren esta posibilidad. Una, de Lucas, dice que María «dio a luz a su primogénito», lo que puede hacer suponer que después tuvo más hijos. La otra frase, de Mateo, explica que «José hizo como el ángel del Señor le había mandado, recibiendo en casa a su esposa, y no la conoció hasta que ella dio a luz un hijo». Lo que permite suponer (el verbo «conocer» se utiliza en la Biblia para designar relaciones sexuales) que la conoció después. En la Antigüedad, los judíos creían que las relaciones sexuales durante el embarazo alegraban al feto y lo fortalecían. José renuncia al derecho que le da esta recomendación sanitaria. Por ello, Mateo subraya su continencia, «el hijo es de Dios y no tiene necesidad de fortificantes masculinos».
En el concilio celebrado en Éfeso en el año 431, se ve en María a la madre de Dios y no ante todo a la Virgen de la vírgenes: «Es este honor, el de ser madre de un Dios, lo que la hace bendita entre todas las mujeres y no el de ser, ante la mirada severa del hombre, Virgen por encima de todas».
A los judíos les encantan las familias numerosas, las grandes proles. La pareja estéril no goza de favor a los ojos de Dios. Siempre se exalta la fecundidad. Raquel dice a Jacob en el Génesis: «Dame hijos o me muero». Más cálidos son los Salmos: «Tú esposa, viña frondosa; tus hijos, un plantel de olivos alrededor de la mesa. Así se bendice al hombre que teme a Yavé». El mismo Pablo, apóstol de la virginidad (no obstante reconocía que era opinión personal y que no tenía sobre este extremo «precepto del Señor») decía a las parejas: «No os defraudéis uno al otro, a no ser de común acuerdo por algún tiempo, para daros a la oración, y de nuevo volved a lo mismo, a fin de que no os tiente Satanás de incontinencia».
Hay varios motivos que abonan la tradición católica, que considera que María permaneció virgen y no tuvo más hijos. El primer motivo es de orden práctico: sin duda, había que evitar que la familia de Jesús, después de su muerte, pretendiera dirigir la Iglesia naciente, reivindicando, en cierto modo, pretensiones dinásticas (algunos pasajes de los Hechos de los Apóstoles hacen suponer que existió esta tentación). En segundo lugar, son muchas las religiones que pretenden sustraer a sus fundadores o a sus heroínas del destino del común de los mortales. Ciertamente, a diferencia de la mayoría, el cristianismo es una religión de la Encarnación, que afirma categóricamente desde el principio que Jesús es «Dios verdadero y hombre verdadero», pero durante mucho tiempo se ha resistido a sacar todas las consecuencias de la segunda parte de la frase, como si significara una disminución.
A lo largo de los siglos y hasta nuestros días, se ha elaborado un culto y una teología de la virginidad perpetua de María y de su exaltación. Son ideas perfectamente respetables, indudablemente. Pero no se apoyan en los textos que la Iglesia católica considera fundacionales, es decir, el Nuevo Testamento.
Varios pasajes de los Evangelios hacen pensar que Jesús está solo con sus padres o con María únicamente: su visita al Templo a los doce años, las bodas de Caná, la crucifixión, cuando, antes de morir, confía su madre a Juan. Pero otros hablan claramente de sus hermanos.
Parece probable que Jesús tuviera hermanos; que, como verdadero hombre, perteneciera a una verdadera familia numerosa, como eran entonces las familias y que fuera hijo de una mujer; a pesar de que toda una literatura hace de María no sólo una virgen perpetua sino una criatura etérea. No hay en ello nada que atente en lo más mínimo contra la grandeza de María.
Lo esencial es la acción y el mensaje de Jesús.
Referencias: “JESÚS” – Jacques Duquesne