El bautismo

Jesús se decide a seguir a las multitudes que acuden a oír a Juan el Bautista. Este pueblerino del que nadie ha oído hablar todavía, va al encuentro de un predicador de gran renombre. Éste, según el Evangelio de Mateo, le reconoce y se asombra: «Soy yo quien debe ser por ti bautizado, ¿y vienes tú a mí?» A lo que Jesús responde: «Déjame hacer ahora, pues conviene que cumplamos toda justicia».

No es Juan el único que se asombra. ¿Por qué Jesús limpio de todo pecado, según los Evangelios, quiso ser bautizado? Era el único que no lo necesitaba. Los textos de los Evangelios no nos ayudan a resolver esta cuestión.

El texto de Juan, que describe el encuentro entre Jesús y el Bautista, lo resuelve por el procedimiento de no decir ni media palabra del bautismo. Lucas habla de él, pero sin citar al que bautiza; Juan es, sencillamente, olvidado: «Aconteció, pues, que cuando todo el pueblo se bautizaba, fue bautizado Jesús…» ¿Bautizado por quién? Ahhh, Misterio… Finalmente, Mateo omite recordar que Juan bautizaba para la remisión de los pecados.

Jesús, al ir a pedir el bautismo, quiso asociarse al movimiento que llevaba a las multitudes a Juan, hacer un primer gesto que confirmara la llegada de tiempos nuevos. Jesús aparece, se sitúa del lado de Juan y ratifica su acción, es decir, la ruptura con el Templo, con el poder económico-religioso del Templo.

Juan no discute; inmediatamente pone manos a la obra y bautiza a Jesús. Es entonces, dicen los Evangelios, cuando el Espíritu Santo desciende sobre Jesús «como una paloma». Los cuatro textos dicen lo mismo, pero, según Mateo y Marcos, sólo Jesús ve la paloma, mientras que Juan afirma que es el Bautista el que la distingue.

En la literatura judía, las palomas aparecen con frecuencia y desempeñan papeles diversos. Los Evangelios no describen «un fenómeno externo», sino «una experiencia espiritual, una visión». Y cuando el Evangelio agrega que «se abrió el cielo», utiliza sin duda una muy bella imagen para manifestar que se ha restablecido el vínculo entre el cielo (en el que tradicionalmente se sitúa la residencia de Dios) y la tierra de los hombres.

Se abre el cielo y habla el Altísimo. Designa a Jesús como hijo suyo. Las versiones difieren, según el Evangelio. El de Juan no habla de la apertura del cielo; el que habla es el Bautista, que dice que «el que le ha enviado a bautizar en agua» (el Altísimo) le ha hecho reconocer en Jesús al «elegido de Dios».

En realidad lo que lo plasman los Evangelios es una referencia a las palabras de Isaías:»He aquí a mi siervo a quien sostengo yo; mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él; el dará el derecho a las naciones».

Para complicarlo aún más, el evangelista Lucas hace decir a la voz: «Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy». Esta frase está extraída de un salmo que siglos antes se aplicaba a los reyes de Israel. Ahora bien, el Mesías esperado por los judíos en tiempos de Jesús debía convertirse en su rey.

Es una cuestión primordial. Se trata de saber qué idea tiene Jesús de sí mismo y de su misión en este momento. ¿Quién cree ser? ¿Y qué le revela esta «experiencia espiritual»? ¿Se consideraba tan sólo un profeta hasta ese momento? ¿Considera, por el contrario, que es mucho más, que es el Hijo de Dios? ¿Lo pensaba antes de ir a ver al Bautista? ¿Lo piensa a partir del momento en que oye la voz? ¿O bien percibirá poco a poco que su misión es universal?

Cualquiera que sea la hipótesis que se elija, se impone una conclusión: en este momento, Jesús adquiere un conocimiento más claro de su relación particular con Dios, del papel que debe desempeñar, por lo menos, en el seno del pueblo judío (porque más adelante dirá que «no ha sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel»).

Así pues, lo que aquel día ocurrió a orillas del Jordán fue que a Jesús se le hizo un anuncio. Este anuncio fue considerado tan importante por la Iglesia primitiva que a principios del siglo IV, el 6 de enero se celebraba, a la vez, el nacimiento y el bautismo de Cristo. Se cantaba un himno que unía estrechamente los dos acontecimientos:

La Creación entera lo proclama,

los Magos lo proclaman,

la estrella lo proclama.

Ved aquí al Hijo del Rey,

los cielos se abren

las aguas del Jordán espumean,

aparece la paloma:

¡Éste es mi Hijo bien amado!

Más adelante, se separan las dos fiestas, con objeto de evitar una confusión considerada herética: algunos, sobre todo en Oriente, pretendían que el mismo Dios no se había hecho hombre desde su nacimiento, sino que se había unido temporalmente a la persona de Jesús a partir del bautismo. En otras palabras, al principio, Jesús no era más que un hombre y Dios no se revistió de su envoltura carnal, no entró en su cuerpo, hasta el momento en que la paloma descendió sobre él. En el concilio de Nicea del año 325, la Iglesia condenó esta tesis, afirmando que Jesús fue «verdadero Dios y verdadero hombre» desde su nacimiento. Pero esta controversia marca también la importancia que revestía, a sus ojos, el episodio del bautismo.

El evangelista Lucas da algunas indicaciones sobre la fecha del acontecimiento. Dice que Juan había empezado a bautizar «en el año 15 del principado de Tiberio». Como el antecesor de Tiberio había muerto el 19 de agosto del año 14 d.C., el primer año de éste empieza el 20 de agosto. Los años siguientes se cuentan a partir del 10 de diciembre, fecha de la renovación del poder «tribunicio» de los emperadores. El año 15 empieza, pues, el 10 de diciembre del 27. Jesús, nacido entre el 7 y el 4 a.C. tenía, pues, entre treinta y uno y treinta y cuatro años cuando Juan empezó a predicar. Pero es posible que el bautismo fuera posterior, ya que el movimiento de las multitudes (cuya magnitud provocaría, antes ya de la llegada de Jesús al Jordán, el envío de una comisión de investigación de Jerusalén) no debió de producirse de forma inmediata.

Ya está Jesús dispuesto para partir en su misión. Pero no del todo. Porque todavía tiene que diseñar su estrategia, marcar prioridades y recibir otro anuncio.

Referencias: “JESÚS” – Jacques Duquesne

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