El poder de la seducción

Dicen que fue bella, dicen que fue sabia, que fue ingeniosa, que fue culta, elegante y refinada, manipuladora y ambiciosa,…

Su vida fue tumultuosa, apasionada, enredada,… logrando embelesar a los más poderosos señores de la época.

Reina, emperatriz  y heroína,…. un áspid la guió al templo del descanso eterno junto a Osiris e Isis.

Al presentarse por primera vez en público, tenia 14 años, ya entonces era famosa por su sabiduría. Se dice que podía hablar 7 u 8 idiomas entre ellos griego, hebreo, sirio, egipcio y arameo, conocía de música, historia y ciencias políticas. Además era muy buena en matemáticas, literatura, astronomía y medicina. Se dice que conocía y entendía a la perfección el latín, pero esto no se ha podido probar.

Cleopatra, la más famosa soberana egipcia, Reina de Egipto y famosa por su belleza y falta de escrúpulos, con tan sólo 18 años quiso reinar sola, pues consideraba que su hermano era demasiado joven para gobernar Egipto.

Era impulsiva, caprichosa, ingenua, espontánea, apasionada, diplomática y constante. Plutarco dijo de ella: «Se pretende que su belleza, considerada en sí misma, no era tan incomparable como para causar asombro y admiración, pero su trato era tal, que resultaba imposible resistirse. Los encantos de su figura, secundados por las gentilezas de su conversación y por todas las gracias que se desprenden de una feliz personalidad, dejaban en la mente un aguijón que penetraba hasta lo más vivo. Poseía una voluptuosidad infinita al hablar, y tanta dulzura y armonía en el son de su voz que su lengua era como un instrumento de varias cuerdas que manejaba fácilmente y del que extraía, como bien le convenía, los más delicados matices del lenguaje».

En el año 40 a. de C., con la ayuda de Julio César, destituyó a su hermano-esposo, con quien compartía el trono. Los matrimonios entre hermanos en el Antiguo Egipto eran costumbre en las castas reales pues procuraban mantener el poder encerrado en los clanes familiares.

Cleopatra, luego de quedar como exclusiva soberana, se convirtió en la amante de Julio César. La relación entre César y Cleopatra fue arrolladora. No sólo pasaban la mayor parte del tiempo juntos, bien en largas fiestas y banquetes reales o en viajes por el Nilo, sino que César, única y exclusivamente por amor, entró en una guerra muy complicada en Egipto, contra Pompeyo, en la que puso en peligro el imperio romano.

Es curiosa la llegada de Cleopatra. Se hizo envolver desnuda en una rica alfombra que, transportada a hombros de un servidor, no encuentra obstáculos para ser llevada ante César, como si fuese uno más de los asombrosos regalos. César presencia como se desenrolla la alfombra y aquí empieza un amor que ocasionó una guerra para restaurar a Cleopatra como reina de Egipto.

Se dice que César quedó prendado de la belleza exuberante y la gran audacia de Cleopatra, en aquel mismo instante, y vio una gran oportunidad de mantener a Egipto dominado si ella volvía a ser Reina. Cleopatra a su vez supo que si enamoraba a César iba a tener de su lado a Roma, y no tendría que temer una invasión por parte de los romanos.

Lo siguió a Roma y tuvo un hijo con él: Cesáreo. Después de que julio César fuera asesinado en el 44 a. de C., Cleopatra huyó de Roma. Ganó entonces los afectos de Marco Antonio y con él regresó triunfante a Egipto en el 42 a. de C. En el 36 se casaron. Esto enfureció a Octavio, (pues Antonio había rechazado a su hermana) que entonces regía los destinos de Roma y decidió destruirlos. En el año 31 una flota conjunta de Antonio y Cleopatra fue totalmente aplastada por las fuerzas de Octavio.

Cleopatra acepta tener una reunión con Marco Antonio fuera de Egipto, pero si esta se lleva a cabo en su nave egipcia, que se considera como una parte de su territorio. En el año 41 a.C. Marco Antonio y Cleopatra se encuentran en Tarsus donde él la había convocado.

Ella sabía ya bastante sobre él para poder conseguirle. Conocía sus capacidades estratégicas y tácticas limitadas, su sangre azul, su hábito de beber, su afición a las mujeres, su vulgaridad y su ambición. Aunque Egipto estaba en el borde del derrumbamiento económico, Cleopatra navegó con los remos de plata, las velas púrpuras y todo el lujo con el que ella vivía, hasta se vistió como Afrodita, la diosa del amor.

La reunión duró cuatro días enteros, y durante ésta se convirtieron en amantes.

El amor de Marco Antonio por Cleopatra se impuso, tanto a las súplicas de su primera mujer, Fluvia, que intentó separarle de la reina egipcia hasta su muerte, como al posterior matrimonio con Octavia, hermana de Octavio.

Plutarco, el historiador, cuenta que Marco Antonio «no estaba en posesión de sus facultades, parecía estar bajo los efectos de una droga o brujería. Estaba siempre pensando en ella, en vez de pensar en vencer a sus enemigos».

Marco Antonio convivió con Cleopatra y tuvieron dos gemelos, a los que llamaron Alejandro Helios y Cleopatra Celene (Alejandro “el sol” y Cleopatra “la luna”).

En el año 32 a.C. Octavio acusa a Cleopatra públicamente por uso de magia, incesto, adoración animal, droga, embriaguez y lujuria desenfrenada. Declarándole la guerra, el nombre de Antonio no se mencionaba en ninguna parte de la declaración oficial. Los romanos creían que era mucho mejor declarar la guerra a la reina egipcia que influenciaba a Antonio, que a Antonio mismo.

Una vez más, en esta historia, está presente el destino trágico de los amantes famosos. Marco Antonio fue informado de que Cleopatra había muerto al envenenarse. Se habían prometido que uno seguiría a la muerte al otro, así que Marco Antonio se quita la vida. Aquí la historia está confusa. Unos dicen que Marco Antonio se envenena. Mientras el veneno empieza a hacer efecto se entera de que realmente Cleopatra no había muerto, pero ya es tarde, y hace que le conduzcan hacia ella para poder morir en sus brazos. La otra versión de la historia es que se clava una espada.

Tras sepultar a Antonio, Cleopatra decide morir. Las heridas que se hizo en el pecho, llorando ante el cuerpo de Marco Antonio, se habían infectado. La fiebre y su abandono, al negarse a tomar alimentos, hacen temer lo peor.

En este momento aparece el vencedor, Octavio, que era cuñado de Marco Antonio, pero pronto comprendió la importancia política de que Cleopatra desfilase junto a él en la conmemoración de su victoria.

Cleopatra se recupera e intenta repetir la maniobra seduciendo a Octavio, pero no le gusta su nariz y hace inmortal la frase “si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta, la historia del mundo habría cambiado”. Así que Cleopatra, negándose a la humillación de compartir el “triunfo” de Octavio, elige la única salida posible, se hizo vestir con sus mejores galas, envió un mensaje a Octavio pidiendo que su cuerpo fuese sepultado junto al de Antonio y se dejó morder por un áspid.

En el año 30 a. d. C. ponía fin a su vida y de una manera bastante teatral, Cleopatra VII, la última reina de Egipto. La elección del suicidio y los propios avatares de su existencia convirtieron a esta singular mujer en un mito, que se ha mantenido vivo hasta el presente. Sin menosprecio del interés suscitado entre los historiadores, han sido sobre todo poetas, dramaturgos, novelistas, pintores, músicos y cineastas quienes han evocado la figura de Cleopatra, elaborando un modelo femenino con frecuencia muy alejado del personaje histórico.

Ciertamente, se tiende a identificar a Cleopatra con una mujer extraordinaria y poco común; no en vano, representa al personaje femenino más famoso de la Antigüedad. En general, se subraya su deslumbrante belleza y atractivo físico, acompañados de un encanto personal y una notoria sensualidad. Aunque se le atribuyen inteligencia, cultura y poder, también se la describe como astuta, ambiciosa o manipuladora, e incluso engañadora y perversa. En demasiadas ocasiones, se la presenta como mujer fatal, amiga de orgías y entregada al placer. Con tales atributos, Cleopatra ha sido ante todo la reina exótica por excelencia, en concordancia con su origen oriental.

La biografía de esta reina se reconstruye a partir de la relación amorosa que mantuvo con César y Marco Antonio. Por la influencia de ambos personajes como amantes suyos (el matrimonio con Marco Antonio nunca fue reconocido en Roma), Cleopatra se transformó en un mito femenino de la pasión amorosa.

En realidad, la imagen de Cleopatra imperante a lo largo de la historia y hoy en día, sólo parcialmente se inspira en la vida real de la última reina egipcia; de ahí la afirmación, no exagerada, de que fue el personaje histórico más adulterado de la Antigüedad.

Probablemente, el punto de partida de la leyenda y mito de esta mujer ha de situarse en las historias de Plutarco; este historiador griego del siglo II, da la impresión, a veces, de referirse más a una prostituta que a una reina cuando narra su vida junto a César y Marco Antonio.

Fue una mujer que ejerció un gran poder porque gobernó por si sola un reino y lo hizo con dificultades; utilizó y se enfrentó a políticos y militares romanos, los hombres más poderosos de su tiempo; aspiró a dominar el mundo junto a estos hombres; se empeñó en mostrar el futuro control del Mediterráneo como una oriental y fracasó; retó al hombre que acabó dominando un Imperio y el propio país de la reina, y en este empeño, acabó perdiendo el reino y su propia vida. Por último, fue vencida y el vencedor, Octavio-Augusto, presentó a Cleopatra como la feroz y terrible enemiga de los romanos, como en su tiempo lo había sido Aníbal.

Si algo caracteriza la información legada por los autores antiguos sobre Cleopatra, es su actitud hostil, lo que parece evidenciar el temor, que, aún muerta, seguía inspirando. Los calificativos que le dedican están impregnados de una clara animadversión hacia el personaje. De hecho, es calificada con frecuencia de meretriz o cortesana, e intencionadamente se exageran los episodios que puedan revelar su afán por ejercer el dominio de Roma a través de César y Marco Antonio.

Un acercamiento más profundo a su historia nos hacen descubrir actitudes desconocidas de la reina Cleopatra. Por ejemplo, su papel como madre, a la que preocupaba obsesivamente el futuro de sus hijos y desde su mismo nacimiento. A la vez, se destaca su labor política, pues por encima de las anécdotas amorosas, que han contribuido a forjar esa imagen frívola y superficial, Cleopatra actuó como una reina de Egipto. Si puede afirmarse que exhibió una vida lujosa, lo hizo porque era lo que convenía a la dignidad de una reina oriental y ptolemaica. Tal comportamiento dista mucho de esas Cleopatras ambiciosas, sensuales, caprichosas, en suma las de una mujer que veló por su dirigir su vida sin pensar en las consecuencias para su pueblo y familia.

Un acercamiento a episodios fundamentales de la vida de esta mujer que nació en el año 69 a.C. y murió en el 30 a.C., nos permiten contemplar a una reina que reflexionaba y calculaba detenidamente la toma de sus decisiones, teniendo en cuenta siempre el interés de su reino y el de sus hijos. El desarrollo de su vida y la elección de su propia muerte, son las pruebas más elocuentes.

La vida de Cleopatra está íntimamente ligada a la ciudad en la que nació, Alejandría, capital del reino creado por la dinastía ptolemaica. La ciudad disponía de bellos y lujosos edificios de mármol blanco que recorrían la gran avenida (la llamada Vía Canópica, de 300 metros de ancho y 5 kilómetros de largo); contaba con el conocido faro, la famosa biblioteca y el museo (lugar en el que los eruditos y científicos de la época trabajaban para sus reyes), el mausoleo de Alejandro, suntuosos templos y hermosos jardines. Era una comunidad culta y cosmopolita, donde convivían griegos, egipcios y orientales, y que atrapaba a los visitantes.

Alejandría simbolizaba el lujo y riqueza del reino. Sus gobernantes, y en concreto Cleopatra, se impregnaron del espíritu alejandrino, que mezclaba lo mejor de las expresiones culturales de Oriente y Grecia. No hay duda de que esta ciudad fue amada por la reina y por los principales romanos con los que se relacionó. Aquí se desarrollaron principalmente las primeras etapas de su vida, sin apenas trasladarse al resto del reino, sobre todo a la zona de las pirámides de los antiguos faraones. Estos años los dedicó a prepararse como una ejemplar descendiente de los Ptolomeos. Por entonces, estudió y procuró familiarizarse con los asuntos del reino, llegando a conocer varias lenguas, lo que le permitió prescindir del intérprete en sus audiencias y encuentros con los reyes extranjeros. En suma, su origen alejandrino determinó su admiración por la cultura griega y el saber científico de los orientales, en especial de los egipcios.

La dedicación a los asuntos políticos e intelectuales no impidió a Cleopatra renunciar al cuidado de su cuerpo y aspecto físico. Al parecer, era una mujer muy preocupada por su imagen externa, a la que otorgaba gran importancia en sus apariciones públicas, en las que prestaba gran atención a su indumentaria en lo relacionado con el vestido y los adornos. Usaba ropajes que la igualaban con las diosas Isis o Afrodita, es decir, con el legendario poder de los faraones o con sus ascendientes macedonios o griegos. A pesar de la leyenda, su belleza no debió ser tan espectacular, pues se suele resaltar la superioridad de la poseída por Octavia, una de las esposas de Marco Antonio. Se desconoce como era el color de su piel, pelo y ojos, pero por su origen macedonio quizá fuese de tez clara y cabello rubio. Su nariz era grande, como la boca, arqueada, tal y como aparece en algunas monedas, que muestran el marcado carácter griego. Sin duda, era de estatura pequeña, como evidencia la forma en que se presentó ante César, envuelta en una alfombra o fardo de ropa que llevó uno de sus criados. De ella no se ha conservado ninguna escultura, salvo un pequeño busto, y su efigie aparece en un reducido número de piezas numismáticas, en las que no se aprecia su supuesta belleza, sino el excesivo tamaño de su nariz, e incluso su forma ganchuda. Sí se conoce su afán por utilizar cosméticos, costumbre característica de Oriente y luego imitada en Roma. Tras su muerte, se difundió un tratado de cosmética que falsamente se atribuía a la reina o a los productos que ella usaba.

César llegaba a Egipto sobre todo en persecución de Pompeyo, derrotado en la batalla de Farsalia, lo que le convertía en dueño único y absoluto de Roma. Los hechos acontecían en el año 48 y Pompeyo buscó refugio en Egipto.

Cleopatra esperaba un encuentro con César, que le permitiese desembarazarse de su odioso hermano y continuar como gobernante. La reina estaba fuera de Alejandría y para llegar a la ciudad sin ser reconocida, urdió la estratagema de esconderse en un regalo que se le ofrecería a César. Tras ser llevada en una barca, se la trasladó oculta por la ciudad, sin levantar sospechas, ya que estaba envuelta en una alfombra o fardo de ropa, y así fue llevada a la presencia de César por un criado de su confianza, Apolodoro. Este episodio inicia la relación política y también amorosa entre el romano y la egipcia, quien le hace ver los errores de la política de Ptolomeo XIII y sus consejeros. Con el beneplácito de César, Cleopatra continuó siendo reina.

Su encuentro con César podía tener otros efectos sobre Egipto y su reina. Por primera vez, Cleopatra debió concebir el plan de ampliar su poder, e incluso estudiar las posibilidades de dominar Roma a través de su relación con César. Parecía un modo eficaz de lograr la independencia de su reino respecto a Roma.

Al margen de los intereses políticos, la relación amorosa entre César y Cleopatra resulta incuestionable. Posiblemente y por sus antecedentes fue César quien tomó la iniciativa de seducir a la reina y convertirse en su primer amante. Con posterioridad, Cleopatra demostró habilidad suficiente para retenerlo en su país más tiempo del previsto inicialmente. De todos es sabido que el líder romano era un hombre de costumbres frugales en la comida, pero su bisexualidad y escarceos con mujeres estaban muy difundidos; las coplas de los soldados no lo ocultaban, sino que alardeaban de las costumbres amorosas de su general. En este momento era el hombre más poderoso del Mediterráneo y, sin duda, poseía una personalidad de enorme atractivo. Los datos de su biografía lo muestran como un gran militar y político, intelectual, legislador y clemente con los enemigos, pero también debe recordarse que se proclamó jefe absoluto o dictador.

Gracias a Cleopatra, César recorrió Egipto y tomó conciencia de las enormes riquezas del país, de su cultura y costumbres. En especial, parece que le impresionó gratamente la divinización de los reyes y el establecimiento de un poder dinástico. Tales concepciones chocaban de forma abierta con la mentalidad republicana de un aristócrata romano, pero, en última instancia, él había decidido acabar con la república para imponer un régimen personal. Para lograr su objetivo, necesitaba un heredero varón, que nació justamente de su relación de Cleopatra, y fue llamado Cesarión. Cuando este niño vino al mundo en julio del 47, su padre no estaba en Egipto, sino que luchaba en África e intentaba llegar a Roma. Por razones evidentes, el nacimiento de Cesarión se justificó ante los egipcios como fruto de la unión entre César-Ammon y Cleopatra-Isis; así, con un origen divino se trataba de encubrir una unión ilegítima y vergonzosa para la reina.

A pesar de que Cleopatra alumbró al heredero ansiado por César, éste nunca lo reconoció como hijo suyo. Tal decisión habría conllevado el divorcio de una noble romana, Calpurnia, con la que el dictador llevaba casado más de diez años sin descendencia. El agravio hubiese sido terrible y de funestas consecuencias políticas, si esta mujer era sustituida por una oriental, aunque fuese reina. No obstante, se ha llegado a decir que César, una vez consolidado su posición en el poder, pretendía imponer una ley en Roma según la cual se admitiría la poligamia; este mecanismo le permitiría legitimar su unión con Cleopatra, por todos conocida, y a su heredero, sin insultar a su esposa romana. Esta información, de dudosa fiabilidad, procede de Suetonio.

Como hecho curioso, durante la estancia de la reina en Roma, César inauguró un templo a Venus Genetrix, fundadora de su familia, en cuyo interior y junto a la imagen de la diosa romana, colocó una estatua de oro con los rasgos de Cleopatra y vestida como Isis, la Venus egipcia. Tal acto parece mostrar el deseo de deificación por parte del dictador, pero no el matrimonio que tanto ansiaba Cleopatra para consolidar su poder y, sobre todo, favorecer el legado de Roma a su hijo Cesarión, que también lo era de César.

La muerte del dictador, con 56 años, el 15 de marzo del año 44, truncó momentáneamente los planes, más políticos que personales, de Cleopatra. El conocimiento del testamento de César, en el que nombraba heredero a Octavio, hijo de una sobrina-nieta por parte de su hermana, hicieron comprender a la reina que momentáneamente debía renunciar a su sueño. Su vida y la de su hijo corrían peligro, por lo que debía marcharse a Egipto y esperar el desarrollo de los acontecimientos. Jamás volvió a Roma.

Los años inmediatos a la muerte de César hicieron renacer de nuevo la guerra civil. Cleopatra observaba la situación, y, al final, tomó partido por los amigos de César cuando comprobó que serían ellos los triunfadores.

Marco Antonio convocó a Cleopatra a la ciudad siria de Tarso, cuando se encontraba allí en el año 41 dispuesto a reorganizar los asuntos de Oriente. Este encuentro de Marco Antonio y Cleopatra ha sido objeto de todo tipo de interpretaciones exageradas, considerándose que entonces se inició la historia de una gran pasión amorosa y la transformación absoluta del militar romano en servidor de la reina. Se ha llegado a afirmar que Marco Antonio se había prendado de Cleopatra cuando la contempló por primera vez en un viaje a Egipto y ella contaba tan sólo catorce años; o que ansiaba dominar a la que había sido compañera del gran César. Sin duda, en Tarso comenzó la unión amorosa entre ambos, cuyo fruto, por cierto muy temprano, fue el nacimiento de sus hijos gemelos, pero inicialmente la llamada a la reina se hizo por razones de nuevo políticas. No obstante, merece la pena señalar que Cleopatra le mostró a Marco Antonio que ella marcaría la pauta en sus relaciones, al contrario de lo ocurrido con César.

Para satisfacer las tendencias filoorientalistas de Marco Antonio, fue por lo que Cleopatra se presentó ante el romano en una barca, emulando a una Afrodita salida del mar y que iba al encuentro de su dios, Dionisio. La indumentaria divina de la reina, el lujo de la embarcación o el derroche de los banquetes impresionaron sobre manera al entonces triunviro. Él la estaba esperando en el foro de la ciudad y se quedó solo, pues sus habitantes se fueron al puerto para contemplar el espectáculo, oír la música, oler el aire impregnado de incienso que emanaba de la barca real y contemplar la imagen de la reina que identificaron con la diosa por su magnífica representación, tal y como narra Plutarco. El primer encuentro y banquete se celebraron en la nave de Cleopatra, es decir en el territorio de la reina, donde la ostentación del lujo tenía como objeto deslumbrar a Marco Antonio y convencerle de que Egipto era el país más rico del mundo.

Cleopatra le ofreció a Marco Antonio una comida de 10 millones de Sestercios. Suma que era en extremo difícil de gastar en una sola comida, por lo que Marco Antonio apostó a que no era posible. Cleopatra aceptó la apuesta y nombraron a un tal Planco como juez de la apuesta.

La comida que Cleopatra ofreció a Marco Antonio era más o menos como todas. Pero Cleopatra llevaba dos gruesas perlas colgadas al cuello. Y le preguntó a Planco: –¿Cuánto pueden valer estas perlas? -Por lo menos  cinco millones de sestercios cada una.

Cleopatra se descolgó una perla, la dejó caer en una copa y llenó la copa de vinagre. Un rato después, la perla se había disuelto en el vinagre. Cleopatra se lo bebió. Cuando iba a disolver la otra perla. Planco la detuvo, diciéndole:

–No hace falta. Haz ganado.

Y Marco Antonio lo reconoció también. La otra perla fue ofrecida a la diosa Venus y quedó colgada de la estatua de la diosa que estaba en el Panteón (templo consagrado a los dioses romanos).

En los comienzos de esta relación, el general romano tomó conciencia de la necesidad de los ingentes recursos del país egipcio para su empresa oriental, y de ahí la necesaria alianza con Cleopatra. Después de la muerte inesperada del dictador, la reina ptolemaica consideró que Marco Antonio le brindaba la oportunidad de llevar a cabo sus viejas aspiraciones de independencia para Egipto y reconocimiento del papel de Cesarión como hijo legítimo de César.

En Alejandría, Marco Antonio permaneció más tiempo del prudencial, impregnándose del ambiente helenístico de la ciudad. Precisamente de esta primera estancia en Egipto han surgido las conocidas anécdotas sobre la vida licenciosa de los amantes, quienes se dedicaban a disfrutar de extraordinarios banquetes, de paseos nocturnos por los barrios alejandrinos, y, según se dice, de las orgías. La vida alegre de que gozó esta pareja y sus amigos romanos, les llevó a formar la hermandad de los compañeros de inimitable vida, que con el tiempo pasó a ser la de los que mueren juntos. Con tal comportamiento, Marco Antonio había abandonado temporalmente la causa de Oriente, a donde supuestamente había ido para preparar el ataque contra los partos y continuar el proyecto cesariano.

Cuando volvió a Roma, Marco Antonio tuvo que enfrentarse a los juicios de sus seguidores por su actitud en Egipto. No sólo molestaba su aventura amorosa con una egipcia, sino sus evidentes tendencias filohelenísticas, manifiestas en sus identificaciones divinas. De ahí que se le instara a que demostrase su compromiso con los intereses del Estado romano. En este ambiente, se agrandaba su rivalidad con Octavio, quien hábilmente estaba consolidando su posición en Occidente. Por todo ello, una vez viudo, su nuevo estado no lo utilizó para legitimar su unión con Cleopatra, sino para casarse con la hermana de su enemigo político, con el que sellaba una firme alianza.

El matrimonio entre Marco Antonio y la virtuosa y bella matrona Octavia se celebró en las mismas fechas en que nacían sus hijos egipcios, Ptolomeo Helios y Cleopatra Selene, los gemelos que alumbró Cleopatra. Octavia intentó por todos los medios el acercamiento entre el esposo y el hermano, y fue madre de las dos últimas hijas de Antonio. El papel de esposa ejemplar, que representó a la perfección, posiblemente le fuese dictado por su hermano, quien buscaba la contraposición de la virtud y honorabilidad de la esposa romana frente a la ligereza de la amante egipcia. Cuando parecía que Marco Antonio había olvidado lo ocurrido con Cleopatra, sellando su compromiso con Roma en el Pacto de Tarento del año 37, decidió retomar el plan cesariano de la campaña contra los partos, que él pensaba dirigir. Ello implicaba un nuevo traslado a Oriente y la petición de la ayuda egipcia, absolutamente necesaria para su futura empresa militar.

A pesar de lo ocurrido, la llamada que Marco Antonio hizo a Cleopatra, esta vez en Antioquía, parecía brindar una nueva oportunidad para que la reina recuperase su proyecto de lograr la independencia de Egipto y legitimar a Cesarión; además, debían tenerse en cuenta los hijos habidos con Marco Antonio. Esta visita beneficiaba sobre todo a la reina egipcia, pero perjudicaba notablemente al triunviro, cuya campaña de descrédito comenzó y creció en Roma a partir de su segundo encuentro con Cleopatra. En la capital imperial, no se daban cuenta, aparentemente, de que Marco Antonio necesitaba la riqueza egipcia y la ciudad de Alejandría como centro de operaciones para lograr el éxito en su expedición oriental. Aunque no respondió de manera inmediata a la petición, al final Cleopatra se entrevistó con el romano, ya que Egipto continuaba siendo un país aliado de Roma. En esta ocasión y por las humillaciones sufridas con anterioridad, la reina impuso una serie de condiciones a Marco Antonio previas a la concesión de la ayuda egipcia. El general romano atendió todas las peticiones de Cleopatra, acordándose las famosas Donaciones de Alejandría del año 37, que consistieron en el reconocimiento de Cesarión como hijo legítimo y heredero de César; la entrega de territorios romanos en Oriente y África, que pasaban a ser del reino de Egipto; la cesión de la biblioteca de Pérgamo; la aceptación de la paternidad sobre los gemelos y, en especial, el matrimonio con Cleopatra. Este último no se reconoció en Roma, ya que la esposa era extranjera y se celebró a la manera oriental, y, además, no se había producido el divorcio de Octavia.

Marco Antonio se dedicó exclusivamente a su empresa oriental, considerando que una victoria contra los partos consolidaría de forma paralela su poder en Occidente y el éxito habría sido obra romana. De obtener los frutos deseados, el triunfo iba a compartirlo con Cleopatra y no con Octavia. De este encuentro, nació luego su tercer y último hijo, Ptolomeo Filadelfo.

Mientras tanto en Roma y en el año 33, Octavio aprovechó todos los errores de su antiguo colega en el Triunvirato para acrecentar su desprestigio. La lectura pública del testamento de Marco Antonio resultó ser la prueba definitiva de su filoorientalismo, que se difundía como prueba de traición a Roma. Como última voluntad, el ahora esposo de Cleopatra reconocía a Cesarión como hijo de César (Octavio era entonces un usurpador) y expresaba su voluntad de ser enterrado en Alejandría. La petición formal del divorcio de Octavia, que se hizo también en este año, provocó la guerra. Aunque Octavio buscaba el enfrentamiento con Marco Antonio, oficialmente se declaró la guerra contra Cleopatra, a la que se acusaba de querer ser la reina de Oriente y dominar el Imperio romano, puesto que ella se había quedado con las provincias dadas por su esposo.

Tras largos preparativos, el conflicto bélico entre Oriente y Occidente finalizó en la emblemática batalla de Actium, al sur de Grecia, en el mes de septiembre del año 31 a. d. C., ocasionando la definitiva derrota del bando oriental. A pesar de las ventajas iniciales de las tropas de Marco Antonio, resultan incomprensibles y desconcertantes sus errores en la organización de los ataques y la defensas. Ante el desastre, primero huyó Cleopatra, a la que siguió su esposo. Cuando Marco Antonio llegó a Alejandría, se refugió en una pequeña casa junto con dos criados, situada en el pequeño puerto de Paretorio; quizás pensaba en la posibilidad de una recuperación y de otro posible ataque a Octavio. La reina se fue a su palacio y se dedicó a planear la estrategia a seguir en el encuentro seguro, pero que se hizo esperar, con Octavio, el ahora único dueño de Roma y del Mediterráneo. Sus intereses se encaminaban a salvaguardar el futuro de sus hijos y la independencia de su reino, para lo que solicitó ayuda a jefes orientales medos y nabateos. Sabía que su vida corría grave peligro y se informó sobre la forma más indolora y fácil de morir. Estas últimas decisiones la revelan como gran madre y reina.

Ante las peticiones de Octavio, quien le exigió la entrega de Marco Antonio, ella se negó. No obstante, la reina le preparó una muerte digna, y provocó su suicidio, haciéndole llegar
la noticia de que ella se había dado muerte; con ello, Marco Antonio tuvo el valor de clavarse el puñal, tras luchar contra Octavio cuando entró en Egipto. Agonizante, llevaron el cuerpo del antiguo triunviro al mausoleo de Cleopatra, donde se había encerrado con sus tesoros, dispuesta a incendiarlos, si Octavio no atendía sus exigencias relacionadas con Egipto y sus hijos. Tales hechos ocurrían en agosto del año 30.

La reina fue sacada de su mausoleo y Octavio dispuso una extraordinaria vigilancia a su alrededor, ya que deseaba mantenerla con vida para llevarla a Roma, donde la pasearía por las calles en una ceremonia triunfal y luego le daría muerte. Cuando Cleopatra se enteró, intentó poner a salvo la vida de su hijo Cesarión, que envió a Arabia o la India; luego sería asesinado, por traición de su tutor. El resto de sus hijos ya no resultaban tan peligrosos.

Tras asumir que no podría conservar su vida, Cleopatra consiguió burlar a los guardianes de Octavio, fue a su mausoleo y allí tras vestirse con el atuendo digno de una reina egipcia, combinando símbolos faraónicos y macedonios, se dio muerte. Eligió el veneno de la áspid, ya que la muerte por su mordedura provoca un final rápido y sin apenas sufrimiento. Aunque, probablemente, la elección de esta serpiente se relacionaba con el hecho de que figura grabada en la corona de los faraones para defenderlos de sus enemigos; es decir, era el símbolo del Egipto faraónico. Sus criadas Carmión e Iras la acompañaban y la depositaron en un lecho de oro sobre el sarcófago, disponiendo su cadáver e imagen real; ambas también perecieron después. Fue Olimpo, su médico, quien recopiló todos estos detalles en narraciones legadas para la posteridad y recogidas por Plutarco.

Así moría Cleopatra, como una gran reina oriental y mujer poderosa que había mantenido en jaque al Imperio Romano. Sin duda, había sido una típica gobernante ptolemaica con los vicios, virtudes y defectos propios de su familia. Como muestra de benevolencia, Octavio consintió en respetar la voluntad de que ella y su esposo permaneciesen juntos en la muerte, compartiendo la misma tumba. Curiosamente, la lectura de este deseo expresado por Marco Antonio y plasmado en su testamento había provocado su descrédito e infortunio entre los romanos, desencadenando la última Guerra Civil de la República romana.

Cleopatra intentó luchar para preservar la independencia de su reino y se equivocó al pensar que podía vencer a Roma. Su popularidad entre las poblaciones de Egipto y no sólo de Alejandría, revelan que efectivamente había sido una extraordinaria Ptolemaica, querida y admirada por su pueblo. Su memoria fue honrada durante siglos por los egipcios, porque ellos sí que entendieron las actitudes y comportamientos de una mujer que ante todo quiso reinar, pero haciéndolo en un estado libre de la presencia romana.

Cleopatra Filopator Nea Thea (Cleopatra VII), más conocida por todos como Cleopatra “la de la leche de burra”, no solo fue un personaje de películas interpretado por Elizabeth Taylor; Cleopatra existió y su personalidad sigue seduciendo a los hombres en la actualidad haciendonos creer que, al menos en nuestros más íntimos sueños, algún día seremos su Marco Antonio.

Referencias: «Cleopatra: Mitos e Historia en torno a una reina» – Rosa María Cid López

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