En 1.917 la Virgen María se apareció a tres pastorcillos en una gran depresión llamada Cova da Iria, próxima a la aldea portuguesa de Fátima. Jacinta y Francisco Marto eran hermanos; ella tenía siete años y él nueve. Lucía dos Santos, prima carnal suya, tenía diez. La Madre de Dios apareció seis veces entre mayo y octubre, siempre el día trece, en el mismo lugar, a la misma hora. En la última aparición miles de personas fueron testigos de cómo bailaba el sol en el firmamento, una señal que el cielo enviaba para demostrar que las visiones eran verdaderas.
Aunque ella tenía solamente 10 años para entonces, Lucía dos Santos fue la mayor de los tres niños pastores que recibieron las visiones de Fátima en 1.917. Ella fue la única de los tres que realmente hablaba con la Virgen, haciéndole sus propias preguntas y contestando otras de Nuestra Señora. Después de la visión del 13 de mayo, Lucía y sus primos menores, Francisco y Jacinta Marto, acordaron no revelar nada a nadie.
Sin embargo, la pequeña Jacinta, de siete años, no pudo contener su excitación por esa primera visión y la refirió a su madre. El rumor se difundió por toda la pequeña comunidad rural. Algunos aceptaron inmediatamente la visión como una auténtica aparición de la Virgen María, pero otros (incluyendo los sacerdotes) fueron escépticos. Multitudes tanto de creyentes como de curiosos se reunían para ver a Lucía y a sus primos en las posteriores apariciones (unas 50 personas fueron en junio; 5.000 en julio; 15.000 en agosto; 30.000 en setiembre), y en la última, unas 70.000 personas presenciaron el famoso Milagro del Sol.
En julio, el alcalde local comprobó la reacción popular de estos hechos perturbadores, y en agosto sometió a los tres niños a intensos interrogatorios. A tal punto llegó, que despues de haberlos tenido en prisión durante 2 días, los niños fueron realmente amenazados de muerte porque exasperaron al interrogador. A pesar de todos los intentos de intimidación, Lucía y sus primos no revelaron nada del Secreto del 13 de julio, acatando el mandato de Nuestra Señora de mantener secreto «Su Mensaje». Los investigadores eclesiásticos permanecieron inicialmente dudosos sobre la autenticidad de las visiones, como debían hacerlo en casos de esta naturaleza. Sin embargo, la sinceridad evidente de los niños, tanto como su profunda piedad y devoción, finalmente persuadieron a la autoridades de tomar seriamente en cuenta la situación e investigar más a fondo. Lo legítimo del Milagro del Sol, que Lucía pidió a Nuestra Señora como prueba de que las apariciones eran auténticas, selló la cuestión. Luego de poco más de una década, en 1.930, la exhaustiva investigación estuvo completa, y la jerarquía de la Iglesia declaró las apariciones de Fátima “dignas de Fe”, «merecedoras de crédito», pero dos de los jóvenes visionarios no vivieron para ver dicho reconocimiento.
Apenas dos años más tarde de haber presenciado la primera aparición en Fátima, Francisco Marto murió de influenza (gripe) en la primavera de 1.919. Al año siguiente Jacinta, su hermana menor, también sucumbió a esa enfermedad en febrero de 1.920. Lucía dos Santos se convirtió así en la única sobreviviente de los videntes de Fátima, y el mensaje de Nuestra Señora quedó solo con ella. Cuando a la edad de 18 años, en 1.925, entró a un convento, no había revelado públicamente hasta entonces nada del mensaje de Nuestra Señora. (Los hermanitos Marto fueron beatificados por el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo de 2.000, y están ahora solamente a un paso de la canonización.)
Lucía llegó a vieja, y ha fallecido hace poco tras dedicar su vida a Dios como monja de clausura. La Virgen incluso predijo esos hechos cuando dijo: «Pronto me llevaré a Jacinta y Francisco, pero tú, Lucía, permanecerás aquí algún tiempo. Jesús quiere que me des a conocer para que sea amada.»
Jacinta y Francisco se llevaron la información a la tumba, aunque Francisco le confió a un entrevistador en octubre de 1.917 que el tercer secreto «era por el bien de las almas, y muchos se entristecerían si lo conocieran».
En el verano de 1.929, mientras residía en un convento en Tuy, España, la Hermana Lucía tuvo otra visión. Esta vez, Nuestra Señora volvió, como lo había prometido en Fátima, a pedir la Consagración de Rusia a Su Inmaculado Corazón. Esa aparición fue seguida por otra visita, dos años más tarde, en la cual Nuestro Señor reveló a la Hermana Lucía las consecuencias fatales para la jerarquía de la Iglesia en caso de no realizar la pedida consagración. La Hermana Lucía comunicó esos mensajes a su confesor, P. Bernardo Gonçalves, urgiéndolo a encontrar alguna forma de persuadir al Santo Padre de realizar la ceremonia. A pesar de que para entonces sus más tempranas visiones ya habían sido declaradas “dignas de Fe” por el Vaticano, nada se hizo para cumplir con los pedidos de Nuestra Señora. Para 1.935, la Hermana Lucía había comenzado a poner sus urgencias por escrito en una carta manuscrita al P. Gonçalves, donde le manifestaba, con referencia a algunas consultas que este le hiciera, “que agradaría mucho a Nuestro Señor” si él insistía ante su Obispo para que se hiciera la consagración.
En 1.941, a instancias de su Obispo, la Hermana Lucía escribió la tercera y la cuarta memorias, revelando las dos primeras partes del contenido del Secreto recibido el 13 de julio de 1.917 en las propias palabras de Nuestra Señora de Fátima. Sólo la última parte del Secreto, el llamado “Tercer Secreto”, permaneció sin revelar.
Lucia enferma. En 1.943 pareció que una pleuresía recurrente iba a acabar con ella. En vista de esto, en septiembre de 1.943 le sugirieron que lo escribiese, pero ella se excusó de hacerlo, puesto que no quería asumir por sí misma la responsabilidad de tal iniciativa. Sin embargo, dijo que obedecería a un mandato expreso del Obispo de Leiria. Al no haberlo recibido, la Hermana Lucía estaba muy conturbada, por el hecho de no haber obtenido todavía de Nuestro Señor la autorización para revelar el Tercer Secreto.
A mediados de octubre de 1.943, en el transcurso de una visita a la Hermana Lucía en el Convento de las Doroteas de Tui (España), a unos 400 km de Fátima, y en la frontera con Portugal, D. José Alves Correia da Silva (Obispo de Leira) le indicó formalmente que escribiese el Secreto. La Hermana Lucía intentó obedecer la orden del Obispo, pero no fue capaz de hacerlo durante dos meses y medio. Lucía no tuvo fuerzas para cumplir la orden formal que había recibido, a causa de una angustia indescriptible
Finalmente, la Santísima Virgen María se le apareció nuevamente a Lucía el 2 de enero de 1.944, para darle fuerzas y confirmar que era realmente la voluntad de Dios que ella revelase la parte final del Secreto. Sólo después de esto la Hermana Lucía consiguió superar su turbación y escribir el Tercer Secreto de Fátima. Aun así, fue tan sólo el 9 de enero de aquel año cuando ella le escribió al Obispo D. José Alves Correia da Silva la siguiente nota, en la que le comunicaba que por fin se había escrito el Secreto:
«Ya he escrito lo que me mandó; Dios quiso probarme un poco[,] pero por fin era ésa su voluntad: Está lacrada [la parte que me falta del secreto] dentro de un sobre, y éste, [dentro de] en los cuadernos (…)»
Lucía continuaba tan perturbada con el asunto de que trataba el Secreto, que no le confiaría a nadie el sobre lacrado (ni tampoco el cuaderno de apuntes), sino a un Obispo que se lo llevase a D. José Alves Correia da Silva. El 17 de junio de 1.944 la Hermana Lucía salió de Tui, atravesó el Río Miño y llegó al Asilo Fonseca, donde entregó al Arzobispo de Gurza, D. Manuel Maria Ferreira da Silva, el cuaderno en que había colocado el sobre con el Tercer Secreto. Ese mismo día el Arzobispo le entregó el Secreto al Obispo de Leiria en su casa de campo, cerca de Braga, y éste lo llevó al Palacio Episcopal en Leiria. Estos detalles son muy importantes, teniendo a la vista lo que se lee en el Comentario acerca del Tercer Secreto, publicado por el Vaticano el 26 de junio de 2.000.
Es importante hacer notar que se le propuso a la Hermana Lucía que escogiese la forma en que redactaría el Tercer Secreto: o bien en sus cuadernos de anotaciones, o bien en una hoja de papel. Evidentemente, se valió de las dos formas. De no ser así, ¿qué otro motivo podría haber para entregarle al Obispo de Gurza no sólo un sobre lacrado sino también un cuaderno de anotaciones, para que se los entregara al Obispo de Leiria?
En vista de ello, se deduce con claridad que el Secreto suponía la existencia de dos documentos: uno, dentro de un sobre lacrado; y otro, que estaba en el cuaderno de apuntes de la Hermana Lucía.
Cuando el Obispo rehusó abrir la carta, Lucía le hizo prometer que sería definitivamente abierta y leída al Mundo o cuando ella se muriese, o en 1.960, lo que ocurriese primero. Cuando le preguntaron por qué, la Hermana Lucía dijo, “Porque entonces se verá más claro”. Antes de esa fecha, en 1.957, el sobre todavía cerrado fue transferido al Vaticano, donde fue depositado en un cofre en los apartamentos papales. A su llegada, el papa Pío XII guardó el sobre que contenía el tercer secreto en una caja de madera que llevaba la inscripción SECRETUM SANCTI OFFICII. La caja permaneció en el escritorio del Papa dos años, y Pío XII no leyó nunca su contenido.
En la Cuarta Memoria de Lucía aparece al final del texto íntegro de las dos primeras partes del Gran Secreto la reveladora frase «En Portugal el dogma de la Fe se conservará para siempre etc.».
Obsérvese que, inmediatamente después de la frase «En Portugal, se conservará siempre el dogma de la Fe, etc.», la Santísima Virgen le dijo a Lucía: «Esto no se lo digáis a nadie. A Francisco, sí podéis decírselo.» El “esto” que se le puede decir a Francisco se refiere a las últimas palabras pronunciadas por Nuestra Señora durante la visión. Es decir: si hubo tan sólo una visión sin la respectiva explicación, entonces no sería necesario contarle nada a Francisco: él ya había visto todo con sus propios ojos. Pero si el “esto” se refiere a las palabras añadidas por la Santísima Virgen a modo de explicación de aquello que los pastorcitos acababan de ver, entonces habría que contárselo a Francisco, puesto que, como sabemos, no podía oír a Nuestra Señora durante las apariciones. Francisco veía pero no oía; y por eso había que contarle lo que había dicho Nuestra Señora acerca de la visión.
Mientras tanto, la Hermana Lucía continuó urgiendo que la consagración pedida se hiciera exactamente como estaba especificado. En 1.946, ella explicó en una entrevista, que la consagración general del mundo al Inmaculado Corazón realizada por el Papa Pío XII en 1.942 no era satisfactoria, porque no era la consagración específica de Rusia y porque todos los obispos católicos no se habían unido al Papa. En 1.952, el Papa mencionó a Rusia en otra consagración, pero no realizó la ceremonia en unión con todos los obispos del mundo. Evidentemente, Pío XII no había sido informado de este requerimiento, que está explícitamente consignado en las memorias de la Hermana Lucía.
En el otoño de 1.952, el Papa Pío XII envió un sacerdote, el P. Joseph Schweigl, en misión especial a interrogar a la Hermana Lucía en su convento de Coimbra, Portugal. A su regreso, el P. Schweigl reveló que el Tercer Secreto completo consistía en dos partes, una de las cuales se refería al Papa. La otra contiene la continuación de las palabras dichas por la Santísima Vírgen. Las memorias de la Hermana Lucía indican que esas palabras comienzan con la frase: “En Portugal se conservará siempre la doctrina de la Fe, etc.”
Tres años más tarde, en 1.955, el Papa Pío XII envió un emisario de alto rango, el Cardenal Alfredo Ottaviani, a visitar a la Hermana Lucía en Coimbra. Cuando el Cardenal regresó a Roma, se envió una orden del Vaticano al Obispo de Fátima de que transfiriera el sobre con el Tercer Secreto al Vaticano. El Obispo José da Silva cumplió la orden en 1.957, pero antes de la partida del sobre sellado, el Obispo Auxiliar João Venâncio puso el sobre a contraluz, y vio que este contenía una simple hoja de papel doblada, con unas 25 líneas de escritura manuscrita y unos márgenes de 2,7 centímetros a cada lado. En Roma, el sobre fue guardado en un cofre en los apartamentos papales. Hasta entonces nadie declaró haber leído el Secreto, pero estuvo continuamente accesible al Papa desde entonces.
Para 1.957, la Hermana Lucía estaba claramente consternada por los continuos incumplimientos de la Iglesia de acceder a lo pedido por Nuestra Señora. En una conversación con el P. Agustín Fuentes, Postulador de la causa de beatificación de Francisco y Jacinta Marto, ella enfatizó que todas las naciones estaban expuestas al riesgo de desaparecer de la faz de la tierra y que muchas almas iban al infierno como resultado de ignorar el pedido de Nuestra Señora. Esta entrevista fue ampliamente publicada en inglés y en castellano en 1.958, con la aprobación del Obispo de Fátima.
Pío XII murió el 9 de octubre de 1.958.
Roncalli fue elegido y como Papa Juan XXIII convocó el Concilio Vaticano II y consagró el Ecumenismo.
En agosto de 1.959 la caja finalmente se abrió, y el doble sobre, aún sellado con cera, fue enviado al papa Juan XXIII. En febrero de 1.960 el Vaticano hizo una escueta declaración en la que manifestaba que el tercer secreto de Fátima continuaría sellado. No ofreció más explicaciones. Por orden del Papa, el texto escrito a mano de la hermana Lucía volvió a la caja de madera y acabó en la Riserva. Todos los papas que siguieron a Juan XXIII fueron al archivo y abrieron la caja, pero ningún pontífice divulgó la información.
Uno de los primeros actos de la «revolución» originada por Juan XXIII fue dejar de lado el Tercer Secreto de Fátima. Contrariando las expectativas del Mundo entero, el 8 de febrero de 1.960 (transcurrido poco más de un año desde la convocación del Concilio), el Vaticano divulgó a través de la agencia noticiosa A.N.I. la siguiente noticia anónima:
«Ciudad del Vaticano, 8 de febrero de 1.960 — En círculos altamente fidedignos del Vaticano se acaba de declarar al representante de la United Press International que es muy posible que nunca venga a ser abierta la carta en que la Hermana Lucía escribió las palabras que Nuestra Señora confirió a los tres pastorcitos, como secreto en la Cova da Iría.»
En el mismo comunicado vemos el primer ataque frontal de las fuentes de información del Vaticano a la credibilidad del Mensaje de Fátima en su totalidad:
«Aunque la Iglesia reconozca las apariciones de Fátima, no desea tomar el compromiso de garantizar la veracidad de las palabras que los tres pastorcitos dijeron que Nuestra Señora les había dirigido.»
Editores y reporteros de medios católicos buscaron una reacción de la Hermana Lucía, pero resultó en vano. Ellos comprobaron que a la Hermana Lucía le estaba estrictamente prohibido hablar con nadie sobre el Tercer Secreto, y no se le permitía ninguna visita más que la de familiares y amigos cercanos.
El comunicado pone en duda públicamente, de modo patente, la credibilidad de Lucía, Jacinta y Francisco.
Por orden de las altas Autoridades estatales del Vaticano, a partir de 1.960 Lucía se vio obligada a mantenerse en silencio, y por eso no pudo defenderse de la acusación implícita de que su testimonio no merecía confianza.
Los documentos del archivo oficial de Fátima, compilados por el P. Alonso entre 1.965 y 1.976 (más de 5.000 documentos en 24 volúmenes) se impedirán publicar — a pesar de que tales documentos confirmaron que las profecías de Fátima en las dos primeras partes del Secreto (la elección del Papa Pío XI, la inminencia de la Segunda Guerra Mundial, la expansión del Comunismo en todo el Mundo, etc.), habían sido reveladas en privado por la Hermana Lucía mucho antes de haberse cumplido, y a pesar de que su testimonio fue totalmente preciso y fidedigno.
¿Cuáles son, pues, para la Iglesia las consecuencias de la “nueva teología”? Hoy, en nombre del Vaticano II se nos dice:
- que la Iglesia debe dialogar y colaborar con comunistas, musulmanes, herejes, cismáticos y otros declarados enemigos de la Fe;
- que la inmutable doctrina preconciliar de la Iglesia contra el Liberalismo (como se contiene en el Syllabus, del Beato Papa Pío IX) y contra el Modernismo (como se puede ver, asimismo, en la encíclica Pascendi, del Papa San Pío X) es, según afirma el Cardenal Ratzinger, “unilateral” y anacrónica;
- que la Iglesia (según Ratzinger propugna) debe “intentar reconciliarse” con los principios de la Revolución Francesa;
- que la “Iglesia de Cristo” es más amplia que la Iglesia Católica;
- que los protestantes y los cismáticos ya no necesitan convertirse ni retornar a la Iglesia Católica para su propia salvación, o incluso para alcanzar la unidad.
En resumen: Los enemigos de la Iglesia situados en el campo del Neomodernismo, de la Masonería y del Comunismo vieron que, en gran parte, se habían hecho realidad sus sueños teológicos.
Poco después de la finalización del Concilio Vaticano Segundo, el 15 de noviembre de 1.966, el Papa Paulo VI abrogó los Cánones 1.399 y 2.318 del Código de Derecho Canónico de 1.917, permitiéndose por lo tanto a cualquiera en la Iglesia publicar sobre las apariciones marianas sin necesidad de obtener un imprimatur oficial. Sin embargo, a la Hermana Lucía, a la única persona de entre 700 millones de católicos en el mundo entero, le fue denegado el beneficio de esa dispensa. Obligada por su voto de obediencia como religiosa, la única persona que verdaderamente recibió el Mensaje de Nuestra Señora de Fátima, permanece impedida de hablar libremente sobre el tema sin permiso especial del Vaticano.
A pesar de la afirmación del Vaticano de 1.960 que la carta de Lucía probablemente “nunca venga a ser abierta”, el Cardenal Ottaviani reveló en una conferencia de prensa en 1.967 que él había leído el documento del Tercer Secreto. Él no reveló su contenido, pero confirmó lo que el Obispo Venâncio había determinado en 1.957, a saber, que el manuscrito está escrito en una sola hoja de papel, en forma de carta.
Hasta Juan Pablo II.
Cuando Juan Pablo II ascendió al pontificado, en 1.978, leyó el Tercer Secreto pocos días después de su elección, de acuerdo a un testimonio de su vocero de prensa, Joaquín Navarro-Valls. Sin embargo, otro dignatario, Mons. Tarcisio Bertone (ahora Cardenal), entonces Secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe, dijo que el Papa no había leído el Secreto hasta julio de 1.981. Estos informes contrapuestos pueden reconciliarse si el Tercer Secreto realmente tiene dos partes, como indicó el P. Schweigl allá por 1.952. El Papa leyó el texto de una hoja conservado en el cofre de sus apartamentos en 1.978, y luego leyó la segunda parte, evidentemente otro documento, en 1.981.
En 1.978, el Papa leyó el documento de una sola página, inicialmente dentro de un sobre lacrado, con las palabras de Nuestra Señora; y posteriormente, en 18 de julio de 1.981 leyó el documento de 4 páginas, que describe la visión del “Obispo vestido de Blanco”.
Cuando la bala de un asesino estuvo a punto de matarlo en 1.981, concluyó que una mano maternal había guiado la trayectoria del proyectil. Diecinueve años más tarde, como muestra de agradecimiento a la Virgen, ordenó que el tercer secreto fuera revelado. Para acallar cualquier controversia, acompañó su publicación de una disertación de cuarenta páginas en la que interpretaba las complejas metáforas de la Virgen. También se publicaron fotografías de la letra de la hermana Lucía. La prensa estuvo un tiempo fascinada, pero luego el asunto se fue apagando. Cesaron las especulaciones. Fueron pocos los que siguieron mencionando el tema.
Independientemente de su significado, la visión no tiene absolutamente nada que ver con el atentado de 1.981.
Probablemente nunca llegaremos a conocer en el curso de nuestra vida la verdad sobre lo que sucedió en aquel día; pero lo que sí es verdad es que el atentado contra el Papa no tenía nada que ver con el Tercer Secreto, puesto que el Papa no fue asesinado. Realmente, fue un trágico acontecimiento, pero que le impidió al Papa mantenerse en plena actividad menos que un año (y no los más de treinta transcurridos hasta hoy). Es un insulto a la Divina Providencia y a Nuestra Señora afirmar que tal acontecimiento, cuya importancia es muy relativa, fuese el núcleo central de una profecía que trataba del Infierno, de dos Guerras Mundiales, del Comunismo y de un castigo que todavía ha de llegar.
Finalmente, debemos preguntarnos: ¿Por qué ese atentado de 1.981 sería mejor comprendido después de 1.960, según la afirmación de la Hermana Lucía acerca del Tercer Secreto? Lo mismo que nosotros en la actualidad, cualquiera lo habría comprendido en el siglo XX. ¿O será que la generación que combatió en la Segunda Guerra Mundial y en Corea sólo estaría capacitada a partir de 1.960 para entender mejor el papel de los soldados en aquella visión? La insistencia de la Hermana Lucía para que se revelase en el año de 1.960 aquello que “Nuestra Señora así lo desea”, sólo puede significar que Lucía sabía de algo que iría a suceder en 1.960 o poco después y que haría perfectamente comprensible el Secreto como una profecía referente a eventos ulteriores. También es muy claro que el Secreto no tenía ninguna conexión con el asesinato del Presidente Kennedy. Pero ¿qué decir sobre la encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII, publicada en 1.963, o del Concilio Vaticano II, abierto en 1.962, pero anunciado el 25 de enero de 1.959?
¿Cómo podría Juan Pablo II haber sido impulsado por el Tercer Secreto a consagrar el Mundo al Corazón Inmaculado de María el 7 de junio de 1.981 si, como afirma el propio Arzobispo Bertone, el Papa no leyó el documento antes de 18 de julio de aquel año, es decir, seis semanas después?
El Santo Oficio registró en 1.981 que el Papa Juan Pablo II había solicitado el Tercer Secreto; pero, no consta en 1.978 ningún registro de que el Papa hubiese solicitado el Secreto; y eso porque no necesitaba pedirlo: el documento ya se hallaba en sus aposentos.
Una vez más, se pueden armonizar ambas declaraciones si existen dos documentos: en 1.978, el Papa había leído el documento de una sola página con las palabras de Nuestra Señora; y fue este texto el que impulsó al Papa a consagrar el Mundo en 7 de junio de 1.981. Posteriormente, en 18 de julio de 1.981, leyó el documento de 4 páginas, en que se describe la visión del “Obispo vestido de Blanco”. Las propias declaraciones del Papa Juan Pablo II demuestran que consideraba estos actos como una “preparación del terreno” para el momento en que finalmente se sintiese libre para realizar la consagración de Rusia.
Precisamente porque el intento de consagración de 1.982 no hizo mención de Rusia (y los obispos no participaron), la Hermana Lucía dijo al Nuncio Papal en Portugal el 19 de marzo de 1.983, que el Acto de Consagración de 1.982 fue insuficiente, porque Rusia no fue el objeto de la consagración y los obispos no participaron en una solemne ceremonia pública consagrando Rusia. Ella concluyó: “La Consagración de Rusia no ha sido hecha como lo pidió Nuestra Señora. No pude hacer esa afirmación antes, porque no tenía permiso de la Santa Sede”.
“En Portugal, se conservará siempre la doctrina de la Fe”. Si la Fe será siempre conservada en Portugal, razonó el P. Alonso, de esto resulta que no será conservada en otras partes. La Hermana Lucía nunca ha corregido o negado esa interpretación.
El 12 de mayo de 1.982, la Hermana Lucía escribió una carta que fue hecha pública muchos años más tarde por el Vaticano, en relación con la alegada revelación del Tercer Secreto, en junio de 2.000. El Vaticano dijo que la carta, fechada 12 de mayo de 1.982, estaba dirigida al Santo Padre, pero ese no puede ser el caso, porque se refiere al Tercer Secreto como a algo “que usted está ansioso por conocer”. Eso no tendría sentido si el destinatario fuera el Papa, ya que él ya conocía el contenido del Tercer Secreto en ese entonces.
Contundentemente, la misma carta de 1.982 afirma que el Tercer Secreto todavía no había sido cumplido, aunque el Vaticano pudiera pretender más tarde que el Secreto se refería solamente al intento de asesinato contra el Papa Juan Pablo II en 1.981 (todo un año anterior a la carta).
Son dos las conclusiones posibles: O la carta no era realmente dirigida al Papa o, si no, había en el Secreto algo más, que el Santo Padre desconocía hasta aquella fecha, 12 de mayo de 1.982.
En mayo de 2.000, durante las ceremonias en Fátima para la beatificación de los dos difuntos videntes, Jacinta y Francisco Marto, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Angelo Sodano, anunció que sería revelado el Tercer Secreto. En junio siguiente, el Vaticano publicó un texto que pretendía ser todo el Tercer Secreto. Ese texto describió una visión en la cual un “Obispo vestido de blanco” era asesinado por una banda de soldados, mientras estaba arrodillado al pie de una gran cruz de madera en lo alto de una montaña, después de haber atravesado una ciudad medio en ruinas, llena de cadáveres. A eso siguió el asesinato de muchos obispos, sacerdotes y laicos a manos de los soldados. El documento no contenía las palabras dichas por la Santísima Virgen.
Lo más importante de todo esto es que en esta confusa visión, escrita en cuatro hojas de papel (de un cuaderno), no había ni una sola palabra de Nuestra Señora. Y, en particular, no había nada con que se pudiese completar la famosa frase que dijo Nuestra Señora al final del fragmento del Mensaje de Fátima, fielmente transcrito por la Hermana Lucía en sus memorias: «En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe, etc.» La Hermana Lucía había añadido esta frase, incluso el “etc.”, a su cuarta Memoria como parte del texto integral del Mensaje. Esta adición hizo que todos los estudiosos de Fátima dignos de crédito concluyesen que esa frase indicaba el comienzo de la parte del Tercer Secreto, todavía no revelado, y que el Tercer Secreto se refería a una crisis dogmática muy difundida en la Iglesia, excepto en Portugal. Indudablemente, la Santísima Virgen tuvo que decir otras cosas, que, si no se llegaron a escribir fue porque la Hermana Lucía fue instruida a mantenerlas en secreto hasta 1.960.
Otro motivo de sospechas era que la visión del “Obispo vestido de Blanco” no podía ser de ningún modo la carta (…), de una sola página, en que “la Hermana Lucía escribió las palabras que Nuestra Señora confirió a los tres pastorcitos, como secreto en la Cova de Iría” — como el propio Vaticano la había descrito en el susodicho comunicado de prensa en 1.960. El texto de la visión se extiende por cuatro páginas que parecen ser hojas pautadas de un cuaderno.
Los expertos de Fátima suscitaron inmediatamente algunos serios interrogantes. Ellos señalaron que los textos publicados no contienen ninguna palabra de Nuestra Señora, aun cuando el propio Vaticano, cuando anunció la no revelación del Secreto en 1.960, se refirió a “las palabras que Nuestra Señora confirió a los tres pastorcitos, como secreto”. Ni contiene palabras que pudieran suponerse referidas al “etc.” que la Hermana Lucía usó para terminar la misteriosa frase de Nuestra Señora: “En Portugal se conservará siempre la doctrina de la fe, etc.” Además, el contenido del documento, en cuatro hojas de papel de cuaderno, no corresponde a la única hoja sellada en el sobre que la Hermana Lucía entregó a su obispo en 1.944. Parece obvio que el documento publicado es la segunda parte del Secreto, la parte que el P. Schweigl dijo “concierne al Papa”. La primera parte, la carta sellada por la Hermana Lucía y guardada por tanto tiempo en los apartamentos papales, todavía no ha sido revelada. En realidad, cuando un amigo germano-parlante del Papa, confrontó este punto, Ratzinger admitió que la versión publicada del “Obispo vestido de blanco” “en verdad, no es todo [el Tercer Secreto]”.
¿Por qué se no se dan a conocer al público, y hasta se les niega la existencia, las verdaderas palabras de Nuestra Señora (el auténtico Tercer Secreto), escritas en una sencilla hoja de papel, que con toda probabilidad se conserva en el cofre papal?
¿Por qué se relaciona la versión divulgada (que obviamente se refiere al asesinato de un futuro Papa) con el frustrado atentado contra la vida del Pontífice en 1.981?
¿Por qué se repite la mentira de que ya se realizó la Consagración de Rusia?
¿Por qué se declara absurdamente que «la decisión del Santo Padre Juan Pablo II de hacer pública la tercera parte del “secreto” de Fátima cierra una página de historia, marcada por la trágica voluntad humana de poder y de iniquidad»?
¿Por qué los asesores y consejeros del Papa programan incontables reuniones de Su Santidad con políticos y, sin embargo, prácticamente no encuentran tiempo para la Hermana Lucía?
¿Por qué se insiste en repetir la mentira del fin del Comunismo en 1.989?
¿Por qué se subestima la importancia del Secreto, por tanto tiempo guardado, al decir que «no se releva ningún gran misterio» y es rebajado a la condición de un mero simbolismo?
¿Por qué no se acepta la predicción del futuro de una profecía?
¿Por qué se menoscaba el Corazón Inmaculado al equipararlo a “los limpios de corazón”?
¿Por qué se niega (al menos implícitamente) la inmutabilidad del futuro, y, por lo tanto, la Divina Providencia?
¿Por qué se reduce la importancia de la visión de la Hermana Lucía al mencionar los “libros de piedad” como su probable fuente de inspiración?
¿Por qué omiten los Prelados el significado de la frase «En Portugal se conservará siempre el dogma de la Fe etc.»?
¿Por qué motivo se publicó en primer lugar la visión del Tercer Secreto, ocultando las palabras de Nuestra Señora y reduciendo la visión a una insignificancia?
No puede haber muchas razones para encubrir un mensaje de Nuestra Señora, salvo si se admitiese que el Mensaje era tan aterrador que provocaría el pánico, como en el caso de la profecía de una catástrofe en un área definida, o una inundación o un ataque nuclear; o que el Mensaje fuese muy difícil de descifrar, como en el caso de ciertos pasajes del Apocalipsis; o que el Mensaje fuese totalmente explícito e inteligible, pero extremamente embarazoso para quienes que tienen el poder sobre su publicación.
Parece evidente que las dos primeras hipótesis no combinan con las Apariciones de Fátima ni de la mayor parte de las apariciones marianas, lo cual nos lleva a aceptar, como nuestra conclusión, la tercera hipótesis: El Vaticano tiene algo que esconder y cuya divulgación sería extremamente embarazosa.
En el Tercer Secreto está profetizado, entre otras cosas, que la gran apostasía en la Iglesia comenzará en la cima.
— Se proyectará y se preparará un pernicioso concilio que mudará la faz de la Iglesia. Muchos perderán la Fe y la confusión reinará por todas partes. Las ovejas buscarán en vano a sus pastores. Un cisma rasgará la túnica de Mi Hijo.
— Éste será el fin de los tiempos, anunciado en las Sagradas Escrituras y que Yo os lo he vuelto a recordar en muchos lugares. La abominación de las abominaciones llegará a su auge y provocará el castigo anunciado en La Salette. El brazo de Mi Hijo, que ya no conseguiré detener, castigará a este pobre Mundo, que tiene que expiar sus crímenes.
— Lo único de que se hablará será de guerras y revoluciones. Se desencadenarán los elementos de la Naturaleza, causando enormes sufrimientos a todos, incluso a los mejores (los más valientes). La Iglesia se desangrará por todas Sus heridas. Bienaventurados los que perseveraren y buscaren refugio en Mi Corazón, porque, por fin Mi Corazón Inmaculado triunfará.
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Desde 1.914 hasta 1.918, una espantosa guerra asoló Europa, provocando miles y miles de muertos y heridos. Esta guerra fue el preludio de una conflagración aún mayor, que sería conocida, unos años más tarde, como la 2ª Guerra Mundial, siendo ambas el intento fallido, por el momento, por establecer un Nuevo Orden Mundial.
La sociedad portuguesa de esos años era una sociedad muy atrasada, con grandes problemas económicos y con un índice de analfabetismo muy elevado. La religiosidad estaba muy arraigada entre las gentes, como ocurre cuando no se espera nada de esta vida, y se depositan las esperanzas en que haya otra mejor, o se busca que una intervención divina, que nunca sucede, acabe con ese estado de injusticia y abandono social.
En 1.917 se implanta la revolución bolchevique en Rusia, liderada por Lenin, y el comunismo, llamado la “dictadura del proletariado” comienza a extenderse por algunos países, aunque Lenin prefiere que esta “religión obrera” se haga fuerte en un solo país.
Con una Europa convulsa entre la Guerra Mundial, la miseria, la incultura, la Guerra Civil en Rusia que duró hasta 1.922, la Iglesia Católica veía mermar su poder y el control sobre esa sociedad.
Había que hacer algo pronto, que aglutinase a todas las ovejas bajo el cayado del único pastor aceptable, el Papa de Roma.
Y una de las formas de “enganche” que la Iglesia tiene para servir a sus propósitos son las “apariciones marianas”. Pero, ¿qué son las apariciones marianas?.
La Historia ha sido manipulada en numerosas ocasiones, y lo que se nos cuenta debe ser tomado con prevención, teniendo siempre presente que tanto política como religiosamente la opinión pública, el pueblo, es engañado para servir a intereses determinados que permitan llevar a esa sociedad por el camino que les interesa a esos poderes manipuladores.
Uno de los campos donde más se lleva a cabo estos fraudes y se explota la credulidad de las gentes es en lo que se ha dado en llamar “apariciones marianas”, donde supuestamente la Virgen María se aparece subida en los árboles u oculta en cuevas o grutas para dar unos mensajes repetidos mil veces, y cuyo lenguaje y contenido resulta sospechosamente parecido al que se utiliza por parte de los clérigos pertenecientes a la Iglesia Católica.
Se puede decir que la práctica totalidad de las apariciones llamadas marianas son un fraude, o corresponden a las impresiones recibidas por personas mentalmente enfermas. Sólo en contadas ocasiones existe una aparición de “algo” que puede darse a conocer como una entidad de carácter religioso, pero que en realidad oculta un fenómeno mucho más complejo y cuyos objetivos no están nada claros.
Uno de estos sucesos “milagrosos” ocurrió en Portugal, allá por el año de 1.917.