El hombre y sus sueños

Un joven pastor andaluz un día abandonó su rebaño para ir en pos de una quimera, aprendiendo durante el trayecto a escuchar los dictados del corazón y a descifrar el lenguaje que está más allá de las palabras. Emprendió un enriquecedor viaje por las arenas del desierto recreando un símbolo hermoso y revelador de la vida, el hombre y sus sueños.

Hijo de una humilde familia campesina, seminarista renegado por obra y gracia del Espíritu Santo, su única obsesión es conocer mundo. Convive cada día, además de con sus ovejas, con un sueño simbólico que no logra descifrar. Será una adivina gitana quien interprete su significado: «un inmenso tesoro te aguarda en las Pirámides de Egipto».

Impulsado por su sueño, cruza al continente africano y se dirige al país de los faraones. Busca su propia Leyenda Personal, la meta final de un viaje lleno de simbolismos y en cuyo horizonte se dibuja el amor por una bella joven: Fátima.

El viaje se irá convirtiendo en una búsqueda de su propio mundo interior, una búsqueda personal de sí mismo. Recorrerá parajes y situaciones exóticas que irán fraguando en él un sueño cargado de preguntas y respuestas sobre el sentido de la existencia. Un viaje soñado que va cobrando cuerpo hasta situar al joven pastor en el punto de partida o, lo que es lo mismo, en su meta soñada.

Un viaje que habla de lo que hablan casi todos los viajes: de la incapacidad que las personas tienen para escoger su propio destino, el sueño de todo hombre. Es justamente la posibilidad de realizar un sueño lo que hace que la vida sea interesante, que adquiera una dimensión especial.

En un determinado momento de nuestra existencia, perdemos el control de nuestras de vidas, y éstas pasan a ser gobernadas por el destino. Ésta es la mayor mentira del mundo. La conducta humana es libre y, por tanto, imprevisible. Hay algunos hechos que la condicionan pero somos responsables de nuestros actos. Cumplir su Leyenda Personal es la única obligación de los hombres.

Nuestro pastorcito deberá aprender a leer el lenguaje de las señales, deberá aprender a inferir a partir de las observaciones que haga ahora lo que viene dado. En poco tiempo habrá visto más cosas extrañas que en toda su vida.

Viajar tiene sus ventajas. Nuestro pastorcito conocerá a mucha gente y hará amigos, pero no necesitará incorporarlos a su vida. De esa forma nadie querría modificar su vida. Es curioso -pensaba nuestro pastorcito- todas las personas saben exactamente cómo deben vivir su vida los demás; pero nunca tienen ni idea de cómo deben vivir sus propias vidas.

Abandonar la seguridad de lo conocido, de lo acostumbrado, aferrarse a lo cotidiano, sumergirse en la sensatez del mundo o buscar su autorrealización, esa era la cuestión que impulsó su viaje. Dejar que todos los días fueran iguales o cumplir su sueño, su quimera, su felicidad. Percibir las cosas buenas que aparecen en su vida siempre que el sol cruza el cielo.

Cuando sopla el Levante trae hacia nosotros el sudor y los sueños de los hombres que un día habían partido en busca de lo desconocido, de oro, de aventuras…. Envidiar la libertad del viento y percibir que podemos ser como él. Nada nos lo impide, excepto nosotros mismos.

¿Dónde está el tesoro de nuestros sueños? Para llegar a él tan solo hay que seguir las señales. Tan solo hay que leer lo que ya está escrito. El tesoro siempre está en las Pirámides y hay que cruzar el desierto para llegar a ellas. Recuérdalo: cerca de las Pirámides. Todo el mundo lo sabe pero nadie toma la decisión.

Nuestro pastorcito si tomó la decisión. Confió en su sueño y se encomendó a las señales que el Universo le brindaba. El primer inconveniente no tardó en llegar. Su primer error fue confiar en las personas. Su viaje se marchitaba nada más empezar. «No confiaré más en las personas, porque una de ellas me traicionó -se repitía para si nuestro triste viajero-. Voy a odiar a los que encontraron tesoros escondidos, porque yo no encontré el mío. Y siempre procuraré conservar lo poco que tengo, porque soy demasiado pequeño para abarcar al mundo».

Todas las personas somos iguales, vemos el mundo tal y como desearíamos que sucedieran las cosas, y no como realmente suceden. La decisión seguía siendo suya. Podía ser la pobre víctima de un ladrón o seguir siendo un aventurero en busca de su tesoro. Eligió su tesoro. Eligió seguir el flujo de la vida.

Las decisiones siempre son el comienzo de algo. Cuando alguien toma una decisión, está zambulléndose en una poderosa corriente que le lleva hasta un lugar que jamás hubiera soñado. Nuestro pastorcito había tomado su decisión. Comienza la Gran travesía hacia su tesoro. La travesía del desierto. El momento de calibrar si realmente queremos conseguir nuestra meta, alcanzar nuestro tesoro, realizar nuestro sueño. El desierto es una mujer caprichosa que a veces enloquece a los hombres.

Nuestros pastorcito inició sin miedo la travesía. No tenía miedo porque mientras estaba comiendo, no hacía nada más que comer. Mientras caminaba, se limitaba a caminar. Si tenía que luchar, sería un día tan bueno para morir como cualquier otro. Porque nuestro pastorcito no vivía ni en su pasado ni en su futuro. Tan sólo tenía el presente, y eso era lo único que le interesaba. Mientras pudiera permanecer en el presente sería un hombre feliz. La vida era una gran fiesta, un gran festival, porque ella sólo es el momento que estaba viviendo.

El desierto a veces es arena y otras veces piedra. Si se llega frente a una piedra, se contornea; si se llega frente a una roca, se da una larga vuelta. Si la arena es demasiado fina, se busca otra más resistente. Si el suelo está cubierto de sal, hay que bajarse del camello y descargarlo, colocar la carga en nuestra propia espalda, pasar por el suelo traicionero y nuevamente cargar a los animales. Por muchas vueltas que haya que dar en la caravana de la vida en su travesía por el desierto, siempre hay que dirigirse a un mismo punto: el astro que indica la posición del oasis. Si quieres sobrevivir al desierto ve donde apunta el astro. «Tal vez Dios haya creado el desierto para que el hombre pueda sonreír con las palmeras».

Y es ahí, en el oasis, donde el tiempo se para y donde se entiende la parte más importante y más sabia del Lenguaje que todo el mundo habla y que todas las personas son capaces de entender. Más antiguo que los hombres y que el propio desierto, y que sin embargo resurge siempre con la misma fuerza dondequiera que dos pares de ojos se cruzan y una sonrisa los enlaza. Todo el pasado y todo el futuro pierden su importancia por completo, sólo existe ese momento y la certeza increíble de que todas las cosas bajo el sol fueron escritas por la misma Mano. La Mano que despierta el Amor, y que hizo un alma gemela para cada persona que trabaja, descansa y busca tesoros bajo el sol. Porque sin ésto no habría ningún sentido para los sueños de la raza humana.

«Está escrito»: cuando busques tu quimera y tomes tu desición, al cruzar el desierto encontrarás un oasis, admirarás sus palmeras y encontrarás a Fátima, la hija del Profeta.

Cuando sopla el Levante trae hacia nosotros el perfume que hará que encontremos todos los tesoros del mundo. Las dunas cambian con el viento, pero el desierto sigue siendo el mismo. El amor aparece en el oasis pero el tesoro sigue estando oculto. Busca tu tesoro, el cielo puede esperar. El coraje es el don más importante para quien ha tomado su desición.

El desierto es una prueba para todos los hombres; cada paso es una prueba, y mata a quien se distrae. El oasis reconforta el alma y te ofrece tu alma gemela pero no es la meta, no es el tesoro. Tu coraje te empuja hacia la meta. Continuemos. Nuestro pastorcito lo hizo. Y lo hizo escuchando a su corazón. Un corazón que tiene sueños y que se emociona. Que pide cosas y que no deja dormir. Un corazón que tiene miedo de cambiar por un sueño todo aquello que ya se consiguió.

Antes de llegar a la meta, tienes que escuchar a tu corazón. Un corazón que no quiere que llegues a la meta y al que jamás lograrás mantener callado. Aunque finjas no escuchar lo que te dice, estará dentro de tu pecho repitiendo siempre lo que piensa de la vida y el mundo. Si escuchas a tu corazón y logras conocerlo bien, jámas conseguirá traicionarte. Nunca te dará un golpe que no esperas. Porque tú conocerás sus sueños y sus deseos, y sabrás tratar con ellos. Nadie consigue huir de su corazón por eso es mejor escuchar lo que dice. Para que jamás venga un golpe que no esperas.

Nuestro pastorcito escuchó a su corazón mientras avanzaba por el desierto camino de las Pirámides, el lugar donde se escondía su tesoro. Fue conociendo sus trucos y sus artimañas, y aceptándolo como era. Entonces nuestro intrépido pastorcito dejó de tener miedo. Nuestro corazón protesta porque es un corazón de hombre, y los corazones de hombre son así. Tienen miedo de realizar sus mayores sueños porque consideran que no los merecen, o no van a conseguirlos. Se mueren de miedo sólo de pensar en los amores que partieron para siempre, en los momentos que podrían haber sido buenos y que no lo fueron, en los tesoros que podrían haber sido descubiertos y se quedaron para siempre escondidos en la arena. Sólo una cosa hace que un sueño sea imposible: el miedo a fracasar. Porque…. cuando esto sucede … los corazones sufren mucho.

Cada hombre sobre la faz de la tierra tiene un tesoro que lo está esperando pero los hombres ya no tienen interés en encontrarlos. Nuestro pastorcito si lo tuvo y ahí estaba, delante de las Pirámides que custodiaban su tesoro. Cuando tenemos los grandes tesoros delante de nosotros, nunca los reconocemos. ¿Sabéis por qué? Porque los hombres no creen en tesoros.

Iluminadas por la luz de la luna llena y por la blancura del desierto, erguíanse, majestuosas, solemnes y silenciosas, las Pirámides de Egipto. Siglos de historia contemplaban, desde lo alto, al muchacho.

El muchacho levantó la cabeza y contempló una vez más las Pirámides. Las Pirámides le sonreían, y él les devolvió la sonrisa, con el corazón repleto de felicidad. Había encontrado el tesoro.

Lo había tenido toda su vida bajo sus pies y no había sabido encontrarlo. Ni siquiera había pensado en que hubiera un tesoro. La rutina y la monotonía, los miedos de su corazón, y la falsa felicidad le habían empujado fuera de su sendero. Ahora creía en él, ahora lo había encontrado. Había partido y había vuelto y lo había encontrado. Todo seguía igual menos él. Ahora era capaz de encontrar su tesoros. De apreciar lo que vale la pena y no temer al fracaso. Había aprendido a perseguir sus sueños y a conseguirlos pese a los miedos de su corazón. Había encontrado su propia identidad. La vida se había vuelto interesante.

El viento volvió a soplar. Era el Levante, el viento que venía de África. No traía el olor del desierto, ni la amenaza de invasión de los moros. Por el contrario, traía un perfume que él conocía bien, y el sonido de un beso que llegando despacio, despacio, se posó en sus labios.

El muchacho sonrió. Era la primera vez que ella hacía eso.

«Ya voy, Fátima»

Referencias: «El Alquimista» – Paulo Coelho

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