La Síndone

«Principio del evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios«. Así, con parquedad, hermosura y sencillez, el evangelista Marcos dio el pistoletazo de salida a una de las más grandes historias que se han escrito nunca: la de un hombre llamado Jesús de Nazaret. Ya sea uno incrédulo o creyente, príncipe o mendigo, del campo o de la ciudad, resulta difícil (por no decir imposible) sentir indiferencia hacia la odisea de este singular personaje.

En su biografía se entremezcla de forma intrincada la leyenda con la realidad. Cuentan los evangelios canónicos que era el hijo primogénito de José y de María, y que tuvo hermanos y hermanas. Nació en un pesebre de la ciudad de Belén, en la periferia del más poderoso imperio de la antigüedad, sin que prácticamente nadie se percatara de su existencia. Creció, vivió y fue crucificado en un mundo cruel, en el que la vida no tenía valor. Aun así, Jesús nos enseñó a amar tanto a amigos como a enemigos, tanto a propios como a extraños. Sus doce discípulos nunca destacaron en lo que a llevar a la práctica sus enseñanzas se refiere, y protagonizaron deplorables episodios sobre los que más valdría correr un tupido velo. Con todo, gracias al mejor maestro tuvieron la oportunidad de conocer de primera mano el camino hacia la buena dirección.

Unos veinte años después de la ejecución de Jesús en la cruz, un predicador cristiano llamado Pablo de Tarso, se dirigía a las comunidades de su fe existentes en la ciudad griega de Corinto. Aparte de brindarles consejo sobre algunas cuestiones relacionadas con la fe y las costumbres, Pablo subrayaba en su escrito la veracidad de la resurrección de Jesús apelando a distintos y numerosos testigos del trascendental acontecimiento:

“Primero se apareció a Pedro y después a los doce. Después se apareció a quinientos hermanos… de los cuales muchos viven todavía aunque algunos han muerto. Después se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles, y al último… a mí”. La afirmación (que ahora es conocida como el capítulo 15 de la Primera epístola a los Corintios) tenía una enorme importancia ya que Pablo podía referirse en su apoyo a más de medio millar de testigos de la resurrección de Jesús. De éstos algunos habían abandonado durante la pasión al crucificado (como los doce) otros no habían creído en él en vida (como Santiago) e incluso al menos uno había sido un perseguidor de sus discípulos como era el caso de Pablo.

Durante siglos, el cristianismo no pretendió aportar pruebas materiales de la resurrección de Jesús salvo la desaparición de su cadáver del sepulcro y la posterior aparición del crucificado a distintas personas. No se refirió a una sábana que hubiera servido de mortaja a Jesús fundamentalmente porque los Evangelios no la mencionan y sí hacen, por el contrario, referencia a bandas. Sin embargo, siguió apoyándose en los centenares de testimonios de personas que lo habían visto resucitado.

Esa línea no se vio alterada hasta el siglo XIV y así se ha mantenido sustancialmente hasta el día de hoy. La razón fundamental de este cambio histórico no ha sido otro que el denominado Santo Sudario o Sábana Santa de Turín (La Síndone). Este lienzo apareció por primera vez en Francia, en la iglesia colegial de Lirey, situada cerca de Troyes, en torno al 1.357. La decisión de exponerlo se debió a Juana de Vergy. En aquella ocasión, el sudario (que ya era presentado como el que había envuelto el cuerpo de Jesús en el sepulcro) fue expuesto a la devoción de los fieles.

La tradición cuenta que la Sábana Santa es el lienzo que se utilizó para envolver el cuerpo de Cristo tras su crucifixión. Mateo y Marcos explican, además, que era propiedad de un hombre llamado José de Arimatea. ¿Quién era José de Arimatea? Según los Evangelios, se trataba un rico e ilustre miembro del Sanedrín, un hombre valiente que dio la cara ante Pilatos y le pidió el cuerpo de Jesús para depositarlo en un sepulcro de su propiedad. Los evangelistas relatan cómo él y Nicodemo bajaron de la cruz el cuerpo del ajusticiado, lo ungieron y lo depositaron en la tumba con sus propias manos.

A diferencia de lo que ocurre con el mito del Santo Grial, el de la Sábana Santa no nace a partir de relatos mitológicos, sino que contamos con datos muy fiables que avalan su recorrido histórico.

La Sábana Santa apareció en la localidad francesa de Lirey en 1.350. Su propietario, el caballero Geoffroy de Charny, nunca aclaró cómo había llegado la pieza de lino a su poder; pero financió la edificación de una iglesia para acoger la reliquia. Una vez levantada Nuestra Señora de Lirey en 1.357, los monjes encargados de la custodia de la sábana observaron que ésta atraía gran cantidad de peregrinos y, mediante la venta de todo tipo de recuerdos, convirtieron el supuesto sudario de Cristo en un gran negocio.

Su aparición se vio acompañada desde el primer momento por la polémica y su exposición pública fue prohibida por el obispo Henri de Poitier. En 1.389 el obispo de Troyes, Pirre d’Arcis, llegó a escribir al papa Clemente VII para denunciar la falsedad de la reliquia. A pesar de todo, el Pontífice siguió permitiendo su veneración e incluso concedió  indulgencias a quienes peregrinaban para ver el sudario. A partir de aquí, la historia pública de la reliquia y sus avatares hasta llegar a su residencia actual en Turín es bien conocida. El primer lugar, pues, en el que se expone la Sábana Santa es una iglesia de Lirey, pueblo francés perteneciente a la diócesis de Troyes ciudad de la Corte de Champagne de la que a su vez habían surgido los fundadores del Temple. El mismo lugar que vio nacer a Chrétien de Troyes y a su Perceval, que daría origen a la leyenda del Grial. Pero no es sólo esto lo que liga la Sábana Santa con la Orden del Temple. El propietario del lienzo, Geoffroy de Charny, cuya viuda se lo entregó a la iglesia de Lirey, nunca reveló la procedencia de la reliquia. Este dato, unido a la coincidencia de su nombre con el de un importante dirigente de la Orden del Temple, parece sugerir que el sudario podría ser un legado templario.

No hay que olvidar que la Orden del Temple había sido disuelta en 1.307 y que era considerada maldita, por lo que confesar la afiliación o la posesión de bienes pertenecientes a ella habría supuesto el encarcelamiento e incluso la muerte.

Existen datos históricos anteriores a los expuestos que han sido más discutidos por los historiadores, pero que no resultan menos significativos. La historia más conocida es la que vincula la leyenda de Edesa a la Sábana Santa. Según algunos autores, la imagen de Edesa (también llamada Mandylion) y el sudario son el mismo objeto. El hecho de que el Mandylion sea descrito como un retrato del rostro de Cristo y no como una imagen del cuerpo entero se explica porque el lienzo siempre estuvo plegado de manera que sólo mostrara el rostro. De hecho, era conocido también con el nombre de Tetradyplon, que significa «doblado cuatro veces». Parece seguro que el Mandylion pasó de Edesa a Constantinopla después de que el ejército bizantino se apoderara de él en una campaña contra la ciudad y lo llevara solemnemente a Constantinopla el 16 de agosto del año 944. En 1.203 un cruzado llamado Robert de Clari declaró haber visto en Constantinopla el «sudario en que nuestro Señor fue envuelto», que, según dijo, cada viernes era mostrado en público para su veneración. La ciudad fue atacada por el ejército cruzado el 12 de abril de 1.204 y la reliquia desapareció durante el saqueo. Al parecer, fueron los cruzados, entre los que se encontraba un numeroso grupo de templarios, los que la robaron. De hecho, existe una carta de 1.205 dirigida al papa Inocencio III en la que Teodoro Ángel Comneno, nieto de Isaac II, emperador de Costantinopla, se queja del saqueo de los cruzados y pide que le sea devuelta la Sábana Santa. Aunque diversos historiadores sugieren que la reliquia fue llevada a Europa y mantenida oculta por la Orden del Temple, la verdad es que a partir de aquí se pierde su rastro hasta su aparición en Lirey.

En el sur de Francia, en la región de Plomodiern y junto a la capilla templaría de Sainte-Marie du Menez-Hom, existe una cruz en el llamado «Campo de la Cruz Roja». Es la cruz templaría que se menciona en el libro «Los grandes lugares templarios en Francia«, de Julián Frizot. Este monumento tiene una peculiaridad: bajo la cruz se presenta una imagen del Mandylion. La sugerente escultura parece enlazar la imagen de la Sábana Santa (doblada de forma que sólo muestra el presunto rostro de Jesús, tal y como se exponía en Edesa) con uno de los mitos templarios más misteriosos y que más especulaciones han levantado: el Bafomet.

Cuando la Orden del Temple fue disuelta una de las acusaciones principales que se esgrimió contra los caballeros templarios fue que adoraban a un supuesto ídolo, al que se describe generalmente como una cabeza con barba (el Bafomet), que recuerda poderosamente la imagen del rostro de Cristo impresa en la Sábana Santa.

A este ídolo de origen incierto se le atribuían características como la sabiduría y el conocimiento. Para los templarios parecía tener un sentido divino y se decía que «hacía florecer los árboles y germinar la tierra». Resulta interesante señalar aquí la coincidencia con la leyenda del Grial, del cual también se afirmaba que su desaparición provocaba la falta de cosechas, la hambruna y la guerra. Si, como parece probado, los caballeros del Temple adoraban al Bafomet, que tenía las mismas propiedades mágicas y milagrosas que se atribuían al Santo Grial, y si dicha imagen era una representación de la Sábana Santa, ¿no parece lógico suponer que las historias del Grial y de la Sábana Santa están íntimamente relacionadas? El Santo Grial y el Bafomet podrían ser el mismo objeto. De este modo, las leyendas que atribuyen a los caballeros templarios la custodia del Santo Grial y los múltiples datos históricos que apuntan a que fueron los poseedores de la Sábana Santa adquieren mayor coherencia.

La leyenda del Grial se muestra así como un relato mitológico que, basado en cuentos muy anteriores probablemente de origen celta, idealiza la historia del Mandylion o Sábana Santa. Utilizando una historia real como base y revistiéndola de un carácter mágico y divino, los autores franceses del siglo XII consiguieron con ello plasmar el relato más bello que la historia nos ha legado sobre la búsqueda de la sabiduría y la iniciación espiritual.

Todo el mundo, desde creyentes hasta ateos,  se ha interesado por confirmar o desmentir si el sudario que ahora se encuentra en Turín es el que envolvió a Cristo hace dos mil años, si la cara que se imprimió en la sábana es el verdadero rostro de ese famoso Jesús de Nazaret.

No sólo es importante para la religión, también para la historia. Es el punto de inflexión entre la leyenda y el estudio del pasado.

Contra lo que hubiera sido lógico esperar, la jerarquía eclesiástica manifestó desde el principio su oposición al lienzo. Enrique de Poitiers, obispo de Troyes, lo denunció como un fraude y ordenó que dejara de ser expuesto. Una conducta similar siguió Pedro d´Arcis, su sucesor, cuando nuevamente volvió a exponerse la denominada Sábana Santa. Incluso fue más allá porque a finales de 1.389 escribió al Papa Clemente VII pidiendo su ayuda para acabar con aquel engaño.

En la carta, un documento esencial para la historia de la denominada “Sábana Santa”, Pierre d´Arcis no sólo comentaba que nada de lo relatado en los Evangelios fundamentaba la creencia en aquel lienzo sino que además relataba la investigación que se había llevado a cabo al respecto. Los resultados (según el obispo) no podían haber resultado más obvios: “Al final, tras haber dado muestras de una gran diligencia en su investigación y sus interrogatorios, descubrió el fraude y cómo el mencionado lienzo había sido pintado arteramente, ya que de esa verdad dio testimonio el artista que lo había pintado, o sea que era una obra debida al talento de un hombre, y en absoluto forjada u otorgada de manera milagrosa por la gracia divina”.

Este descubrimiento había determinado que se ocultara la sábana durante años pero en 1.389 el deán de la iglesia de Lirey, “con intención de fraude y persiguiendo un beneficio”, en palabras del obispo, había vuelto a exponerla “para que la iglesia pueda verse enriquecida con las ofrendas de los fieles”. Indignado por aquella conducta, el obispo d´Arcis había logrado incluso que el Parlamento regio apoyara su mandato de retirar la sábana pero entonces, para sorpresa suya, el papa Clemente VII había ordenado que no se ejecutaran.

Precisamente por ello, el obispo le ofrecía “aportar todas las informaciones” que disiparían cualquier duda sobre la realidad de aquel engaño. El método para llevar a cabo el fraude había sido el conocido como frottis, ya muy común desde el s. XII. Este consistía en cubrir un bajorrelieve con un lienzo mojado y, después, cuando se secaba, en aplicarle, frotando, un pigmento compuesto de áloe y mirra. Las pruebas resultaban irrefutables pero, contra lo que habría cabido esperar, el Papa decidió hacer oídos sordos a las informaciones proporcionadas por el obispo.

En enero de 1.390, el pontífice otorgó la autorización para que se expusiera el “Santo Sudario”. Por añadidura, ordenó al obispo d´Arcis que guardara silencio sobre lo que sabía acerca del lienzo incurriendo si desobedecía en la pena de excomunión. Las causas de esa conducta, presumiblemente, pudieron apuntar en realidad a oscuros intereses familiares. La mujer que había expuesto el sudario por primera vez, como ya indicamos antes, se llamaba Juana de Vergy. Después de 1.357, Juana se había casado con un noble acaudalado que se llamaba Aymon de Ginebra.

Éste era primo de Roberto de Ginebra… más conocido como Su Santidad, el Papa Clemente VII. La razón para que el Papa apoyara semejante engaño, por tanto, parece haberse hallado más en los lazos familiares que en la codicia o el deseo de inspirar fe en los fieles. Sin embargo, este origen no actuaría en detrimento de la credibilidad de la sábana. En 1.453, Margarita de Charny la cedió a la casa de Saboya. Poco después, fue enviada a una capilla de Chambery donde en 1.532 escapó de un incendio.

A finales del siglo XVI fue trasladada nuevamente, esta vez a Turín, donde a partir de 1.694 quedó custodiada en la capilla real de la catedral de la ciudad. En mayo de 1.898, el Santo sudario fue expuesto durante ocho días para celebrar el cincuentenario del reino de Italia. En esa fecha, Secondo Pia fotografió la sábana apreciándose una nitidez en el negativo mucho más acusada que en el positivo. A partir de entonces se difundiría la tesis de que la sábana era un negativo lo que obligaba a descartar la tesis de una falsificación y, siquiera indirectamente, apuntaba a un origen sobrenatural.

A partir de los años sesenta, se multiplicaron los libros en los que supuestamente se demostraba la veracidad de la resurrección de Jesús partiendo del lienzo. Sus afirmaciones chocaban no sólo con la realidad histórica sino además con los diferentes análisis con carbono-14 a que se sometió a la sábana. Todos ellos dejaron de manifiesto que, lejos de pertenecer al siglo I, debía datarse en pleno Medioevo.

Finalmente, Juan Pablo II no afirmó su veracidad pero sí declaró lícito el culto rendido a la sábana. La sábana no es, por lo tanto, auténtica pero para muchos católicos constituye recordatorio de un milagro en el que se fundamenta su fe y, en esa medida, objeto de veneración.

La Iglesia Católica, propietaria del lienzo, no ha afirmado públicamente que se trate de la sábana mortuoria de Cristo, ni de que no se trate de un fraude. Esta cuestión se ha dejado a la decisión de cada uno.

El Sudario de Turín es una tela de lino de algo más de 4 metros que tiene impresa la imagen estilizada de un hombre con barba. La leyenda sostiene que la Sábana Santa es el sudario que estuvo enrollado alrededor de Jesús después de su ejecución. Esta tela fue presuntamente grabada por un destello de energía que dejó marcada la imagen del Nazareno en el momento de su milagrosa resurrección.

Pero lo cierto es que el Sudario es falso, siempre lo ha sido. Según el investigador Joe Nickell, que dejó patente su trabajo titulado “Buscando un milagro”, la historia del Sudario falla en varios aspectos:

Procedencia: no hay ninguna evidencia de que el sudario existiese antes del siglo XIV.

La historia del arte: la Sábana Santa se ajusta a la historia del arte como parte de un género de representaciones artísticas y recreaciones de lienzos del enterramiento de Cristo

Estilo: la imagen del Sudario parece una ilustración creada consistentemente con la iconografía religiosa de siglo XIV, no como un ser humano real.

Circunstancia: un obispo católico en siglo XIV determinó que la Sábana Santa era un falsificación “sagazmente pintada”, e incluso descubrió al artista que confesó su creación.

Química: la Sábana Santa contiene ocre rojo y otros pigmentos de pintura.

La datación radiométrica: las pruebas de carbono-14 realizadas en 1.988 dieron como resultado que la Sábana Santa fue creada entre 1.260 y 1.390. En 2.008, la hipótesis de que la fecha de origen fue perturbada por contaminación con monóxido de carbono fue testada y la fecha propuesta en el primer estudio fue confirmada.

Las imágenes de “sangre” que aparecen en el rostro y en el cuerpo del “sudario” también presentan otros problemas graves. Una característica de los fluidos viscosos como la sangre es su tendencia a empapar los materiales fibrosos; ello se debe a una propiedad conocida como capilaridad. Cuando alguien recibe una herida cortante en el cráneo, la sangre empapa zonas amplias del cabello; entonces es de esperarse que un lienzo en contacto con un cráneo sangrante termine mostrando amplias manchas de sangre. No obstante, cuando se mira la imagen del “sudario”, se nota cómo aparecen pintados de forma artificial unos hilos de sangre bien definidos… ¡sobre el cabello! Esto es típico de cuadros religiosos y no de cadáveres de personas que hayan sangrado.

Otras anomalías graves se presentan en las manchas de “sangre” del cuerpo. La sangre seca se vuelve de color marrón oscuro a medida que pasa el tiempo. Las manchas del “sudario” presentan un vívido color rojo que es totalmente incompatible con el aspecto real de la sangre seca. La razón de esta anomalía la encontró McCrone en su análisis microscópico, que produjo el resultado más contundente en contra de la autenticidad del manto: la “sangre” del lienzo está formada por partículas de óxido férrico (ocre rojo) y cristales de cinabrio (bermellón). Esto fue establecido por McCrone haciendo un análisis microscópico de fibras del sudario con aumentos que iban de 400X a 2.500X. Luego de que los miembros del STURP, irritados con el resultado, le confiscaran las muestras e hicieran sus propios análisis microscópicos con aumentos que iban de 20X a 50X, declararon no haber hallado huellas de pigmento. […] La conclusión objetiva es que las manchas del “sudario” no son de sangre en absoluto. Las pruebas hechas por los sindonólogos en las que afirman detectarla, adolecen de la siguiente falla: ninguna de ellas es específica para la sangre. Por ejemplo, las porfirinas que ellos interpretan como sangre, también aparecen en diversos materiales de origen animal e incluso vegetal (las porfirinas están presentes en la clorofila de todas las plantas verdes).

Al examinar el rostro del “sudario” se aprecia un individuo con barba y largos cabellos blancos. Los cabellos caen por los lados de la cabeza en dirección a los hombros de forma semejante a las representaciones pictóricas tradicionales de Jesús. Esto es totalmente incompatible con la posición que adquieren los cabellos de un cuerpo acostado, ya que, si éste fuera el caso, necesariamente los cabellos caerían hacia atrás de la cabeza.

Los errores sobre la “exactitud anatómica” del “sudario” no se detienen en el rostro. Uno de los aspectos más grotescos de la figura del lienzo es la posición imposible de los brazos. Se advierte la imagen de un cuerpo con los brazos semiflexionados de forma que las manos ocultan los genitales. Cualquier persona que quiera simular la posición del supuesto “cadáver”, puede hacer lo siguiente: acostarse en el suelo boca arriba, dejar reposar los codos sobre el suelo, tomar una de las muñecas con la otra mano, y sin despegar los codos del suelo, tratar de ocultar los genitales… lograr esta posición es tan imposible como morderse el codo. Es claro que el falsificador que pintó la imagen tuvo bien claro que sería poco decoroso mostrar los órganos genitales del Nazareno en un lienzo que se iba a exponer públicamente para atraer peregrinaciones. Debido a esta elección, la figura del “sudario” quedó deformada: los brazos y las manos de la imagen son tan largos que rayan en lo simiesco.

La popularidad de la Sábana Santa parece tener su origen en la esperanza de poder ofrecer pruebas tangibles de lo divino, pero esta esperanza está fuera de lugar. Incluso si los investigadores consiguiesen demostrar la excepcionalmente improbable tesis de que la imagen de la Sábana fue grabada por “una explosión corta e intensa de radiación ultravioleta”, esto de ninguna manera confirmaría la existencia de Dios. La verdad es que las herramientas y métodos de la ciencia empírica siguen sin poder confirmar la existencia de Dios. No es el tipo de pregunta que la ciencia pueda responder.

El «sudario» de Turín ha sido considerado por muchos creyentes como la prueba física más importante de la existencia y resurrección de Jesús de Nazaret. Decenas de científicos ávidos de encontrar respaldo a sus creencias religiosas han hecho correr galones de tinta exponiendo la supuesta exactitud anatómica plasmada en el lienzo. Este hervidero de escritos sobre el «sudario» se puede rastrear hasta el año 1.898, cuando Secondo Pía tomó las fotos que llevarían al lienzo a la fama mundial: al revelar los negativos encontró que las débiles imágenes que aparecían en él se convertían en una figura aparentemente positiva. Esta característica se consideró milagrosa e imposible de realizar sin tecnología fotográfica,  incrementando así el número de creyentes en la reliquia.

Desde ese entonces, los «sindonólogos» (así se hacen llamar los estudiosos creyentes en la reliquia) han escrito abundantemente sobre supuestas exactitudes anatómicas, pólenes de Palestina y Anatolia, presuntas moneditas que aparecen sobre los párpados de la imagen, imágenes de descarga eléctrica de crisantemos, y mil «evidencias» más. Al hacerlo han incurrido en el patrón de actitud pseudocientífica por excelencia:

a) proclamar la veracidad de una conclusión anhelada antes de examinar objetivamente las evidencias.
b) examinarlas para reportar sólo las que concuerden con la conclusión deseada,
c) ignorar los resultados contrarios a la idea que se quiere defender, y por último,
d) establecer hipótesis sin ningún fundamento para tratar de justificar las incoherencias señaladas por los críticos.

A pesar de que los análisis microscópicos de Walter McCrone establecieron que el «sudario» de Turín era una pintura medieval, y que los resultados del carbono-14 corroboraron posteriormente la conclusión de McCrone acerca de que el lienzo es una reliquia artística hábilmente pintada, los sindonólogos no aceptaron los resultados. De hecho, han acudido a una falacia retórica: afirman que «una sola prueba en contra» no puede invalidar los innumerables estudios que se supone presentan evidencia contundente de la autenticidad de la sábana. En particular, hablan de la exactitud anatómica de la figura, de su formación milagrosa, de los análisis patológicos y forenses de las torturas que la figura presenta, de la existencia de manchas de sangre «real», y mil alegatos más.

Este argumento es falso. Al contrario de lo que quieren inducir a creer, un argumento lógico es tan fuerte como el más débil de sus eslabones, y si las pruebas más importantes muestran que el «sudario» es medieval, no importa cuántas supuestas evidencias extraordinarias aporten: el «sudario» sigue siendo una reliquia. Se dice «supuestas evidencias» porque cuando se analiza con lupa la proclamada exactitud anatómica de la imagen, se encuentra un panorama totalmente diferente del pintado por los sindonólogos; las líneas siguientes mostrarán que la mayor parte de los alegatos no se sostienen cuando se examinan críticamente.

Para comenzar, se puede examinar la tan promocionada «naturaleza negativa» de la imagen del lienzo, la cual permitiría que se aprecie una figura supuestamente «positiva» cuando se invierte la imagen. En realidad, no es un positivo: si el negativo de una fotografía del «sudario» fuera un positivo real, las manchas de «sangre» deberían aparecer de color oscuro. En esta misma línea, el cabello de la imagen debería aparecer negro, a menos que el Jesucristo retratado en el lienzo fuera un venerable y canoso anciano; otro tanto ocurre con el bigote y las barbas blancas que aparecen en la imagen. En conclusión, es falso que la imagen del «sudario» de Turín sea un negativo. Sería un negativo si, dejando de lado las manchas de sangre, se estuviera representando una estatua o un bajorrelieve que sólo presentara un único color tanto para la piel como para el cabello y la barba

Los problemas anatómicos no terminan ahí. Otra imposibilidad semejante a la de las manos sobre los genitales ocurre a su vez con los pies. Cuando se mira la imagen del lienzo, se ven claramente las piernas rectas. Al tener las rodillas extendidas, sería imposible que la planta de los pies estuviera en contacto con el suelo. A pesar de lo anterior, cuando se mira la imagen dorsal del «sudario» se aprecia claramente una huella plantar en pleno contacto con el piso

La conclusión es que no hay una correspondencia perfecta entre la imagen posterior y la anterior, a pesar de lo que afirmen los sindonólogos una y otra vez, sin mirar realmente las pruebas.

Tal vez la peor incoherencia de todas es el aspecto pictórico de la imagen. Una figura envuelta en un lienzo habría dejado una impronta de contacto que estaría deformada con respecto al modelo real. Como el lienzo habría estado en contacto con las orejas, estas aparecerían vistas de lado en el lienzo. Algo semejante pasaría con cualquier característica facial.

La ausencia de esta deformación en el lienzo indica sin lugar a dudas que éste no fue generado por contacto con un cadáver, sino que fue pintado para que pareciera una ilustración tradicional de Jesús.

A pesar de la abundante palabrería pseudocientífica de los sindonólogos, la autenticidad del «sudario» no se sostiene ante un simple análisis lógico de la imagen. La figura no es un negativo; la imagen no es exacta anatómicamente; no se puede afirmar que las heridas de los clavos estén en las muñecas; las manchas de «sangre» no son sino imágenes pintadas con rojo ocre y bermellón; el supuesto cadáver tiene proporciones simiescas y adopta posiciones imposibles; la figura no satisface las condiciones geométricas de formación por contacto, y por último, la supuesta imposibilidad de hacer una figura parecida a un negativo con medios simples fue refutada por Joe Nickell con su técnica de Frotis, desde 1.988. A pesar de la falsedad evidente, los sindonólogos ignoran campantemente las evidencias que van en contra de su creencia. Esta actitud es claramente pseudocientífica: partir de una conclusión y buscar evidencias que la avalen mientras se ignoran las que la refutan es lo opuesto al camino racional de la ciencia.

Del mismo modo que los fundamentalistas protestantes se han sacado de la manga el llamado «diseño inteligente» (Fórmula de Dios) para dar una pátina de credibilidad al creacionismo de toda la vida, la iglesia católica ha dado a luz una disciplina bautizada con el rimbombante nombre de «sindonología«. Con ella, pretenden dar la impresión ante la feligresía de que la tesis de la autenticidad de la sábana cuenta con el respaldo de la comunidad científica. Como siempre, solo se trata de jugar con la fe, los sentimientos y el dinero del prójimo usando la mentira como herramienta de trabajo.

En lugar de velar por el bien de la gente del común, durante interminables siglos los sumos pontífices no movieron un dedo para erradicar el analfabetismo y la ignorancia. Occidente estaba sumido en la oscuridad del Medioevo, y sobre aquellas tinieblas la Iglesia fructificó y consolidó su poder. El acceso al contenido de los evangelios estaba proscrito, y el clero fomentaba una religiosidad mercantilista, basada en supersticiones y engaños flagrantes. Progresivamete fue impuesta la desafortunada costumbre de rendir culto a falsas reliquias, fabricadas ad hoc para exprimir (económica y espiritualmente) a los sufridos feligreses. De ahí que fuera moneda común venerar presuntos santos griales, plumas del arcángel San Gabriel y santos prepucios del Niño Dios.

Jesús era un hombre fuera de lo común. Aunque era el heredero legítimo del trono de David, se rodeó de los desheredados de la sociedad (ciegos, leprosos, prostitutas…), sin importarle que los meapilas de su época se rasgaran las vestiduras. También  tuvo amigos ricos e influyentes, como Nicodemo y José de Arimatea, con los que mantuvo largas, secretas y provechosas conversaciones. El autor del cuarto evangelio no dudó asegurar que Jesús era el mismísimo Dios, y hemos sido muchos los que hemos creído en ello en algún momento de nuestra vida.

El carpintero de Nazaret sanó a los enfermos, resucitó a los muertos y consoló a viudas y huérfanos. Se enfrentó abiertamente a escribas y fariseos (las autoridades religiosas de su tiempo) y fue piedra de escándalo por su heterodoxia. Tras ser crucificado por las autoridades romanas resucitó de entre los muertos, y se apareció a sus discípulos a lo largo y ancho de cuarenta días hábiles. De haber vivido en nuestro tiempo, de buen seguro la Congregación para la Doctrina de la Fe le hubiera excomulgado por hereje.

Para Jesús la llegada del reino de Dios era inminente, aunque nadie conocía el día ni la hora (excepto el Padre). Si se quería entrar en él era necesario cambiar de vida, volverse como un niño y cumplir los mandamientos. Los que dieran la espalda al sediento, desampararan al desnudo o se abstuvieran de socorrer al forastero serían expulsados a las tinieblas exteriores, donde el lloro y el crujir de dientes serían moneda de cambio común por el resto de la eternidad.

Por supuesto, es muy probable que muchos de estos episodios no ocurrieran realmente. Los autores de los textos bíblicos y apócrifos desbordaban imaginación. Aun así, Jesús ha cambiado la faz del mundo. Sin lugar a dudas, es uno de los grandes héroes mitológicos del hoy, el ayer y el mañana. Si no es el mesías y el hijo de Dios merecería serlo.

Como es bien sabido, transcurrió el siglo primero, segundo y tercero y la Tierra siguió girando sobre su eje como de costumbre. Por fortuna, no cayeron las estrellas del cielo ni se produjo juicio final alguno. La esperada consumación de los tiempos se aplazó sine díe. El reino de los cielos no llegó… pero vino la iglesia.

Ante esta inesperada (y desafortunada) contingencia el desbarajuste estaba asegurado.

De la lectura de los cuatro evangelios canónicos se desprende que Jesús no fundó religión alguna. Fue un judío de los pies a la cabeza desde el día de su circuncisión hasta el de su crucifixión. Nada tuvo que ver con la Iglesia de Roma ni con el Vaticano. El catolicismo se apropió de su mensaje y lo manipuló para favorecer sus propios intereses. Otrora perseguidos por las autoridades del imperio, los cristianos pasaron a convertirse en perseguidores de paganos, judíos y herejes. Tras falsificar la llamada Donatio Constantini, los papas actuaron como soberanos temporales y se enfrascaron en guerras y cruzadas, todo ello en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Con un par.

Durante la Edad Media existió un activo comercio de falsas reliquias religiosas. Hay tantos fragmentos de la llamada Vera Cruz, que podría erigirse un pequeño pueblo, y existen tantos huesos de piernas de algunos santos, que podrían actuar en un circo. El razonamiento era sencillo: no había manera de saber si el hueso o el fragmento de paño en cuestión pertenecían al santo a quien se atribuía. A ello hay que sumar la demanda fanática de reliquias religiosas por los creyentes, que se sentían respaldados en su fe al contemplar una prueba tangible de esta, ya fuera en forma de milagro o de restos físicos del santo.

La magnitud del tráfico de reliquias, falsas y ostensiblemente auténticas, aumentó significativamente durante las Cruzadas. Concretamente, la Cuarta Cruzada, en 1.204, propició la difusión de reliquias provenientes de la saqueada ciudad de Constantinopla, y entre los objetos más valiosos se incluían lo que se pensaba eran la Corona de Espinas, el Sudario de Turín y la Sagrada Lanza, que habían sido tomados como botín por los caballeros cristianos y llevados al oeste de Europa.

Debido a esta intensa circulación de reliquias desde Oriente no era descabellado que un devoto europeo (independientemente de su nacionalidad, estatus económico y nivel educativo) pensara que la reliquia había sido comprada por un caballero errante o un soldado durante la Cruzada y que así había entrado en el mercado europeo.

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2 respuestas a La Síndone

  1. Ysabel Mª dijo:

    Me encantó la exposición, más alla de su autenticidad o no autenticidad.

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