Dos grandes revoluciones engendraron lo que se ha dado en llamar la nueva física: la mecánica cuántica y la teoría de la relatividad. Ésta última, debida casi exclusivamente al trabajo de Einstein, es una teoría del espacio, del tiempo y del movimiento. Sus consecuencias son tan desconcertantes y profundas como las de la teoría cuántica y hacen tambalear muchas de las ideas más arraigadas sobre la naturaleza del Universo. Esto es especialmente cierto en lo que respecta al tiempo.
La primera víctima de la teoría especial fue la creencia de que el tiempo es absoluto y universal. Einstein demostró que, de hecho, el tiempo es elástico y se puede dilatar o contraer con el movimiento. Cada observador transporta su propia escala personal de tiempos, que no concuerda generalmente con la de los otros observadores. En nuestro propio sistema de referencia, el tiempo nunca aparece distorsionado. Sin embargo, relativamente a otro observador que se mueva de manera distinta, nuestro tiempo puede estar totalmente desincronizado. Este misterioso desajuste de las escalas temporales abre la posibilidad de un curioso tipo de viaje a través del tiempo. En un sentido, todos viajamos en el tiempo en dirección al futuro, aunque la elasticidad del tiempo hace que unas personas lleguen antes que otras. El movimiento rápido nos permite frenar nuestra propia escala de tiempos y dejar que el mundo corra a toda velocidad. Mediante esta estrategia es posible llegar a un momento distante con mayor celeridad que permaneciendo en reposo.
Efectos igualmente extraordinarios afectan al espacio, que es elástico. Cuando el tiempo se dilata, el espacio se comprime.
Einstein fue más allá y generalizó su teoría para incluir los efectos de la gravedad. En su teoría general de la relatividad, la gravedad no es una fuerza, sino una distorsión de la geometría del espaciotiempo. En esta teoría, el espaciotiempo no es «plano», no obedece a los postulados habituales de la geometría euclídea, sino que es curvo o distorsionado, con distorsiones tanto del tiempo como del espacio. El tiempo corre realmente más deprisa en el espacio, donde el campo gravitatorio terrestre es más débil.
Cuanto más fuerte es la gravedad, más pronunciada es la distorsión del tiempo. Hay estrellas donde el poder de la gravedad es tan enorme que el tiempo se retrasa considerablemente con respecto a nosotros. De hecho, estas estrellas se encuentran en el límite más allá del cual las distorsiones incontroladas del tiempo hacen su aparición. Si la gravedad de la estrella fuera unas cuantas veces mayor, la distorsión del tiempo podría intensificarse hasta que, al alcanzar un cierto valor crítico de la gravedad, el tiempo se detendría.
Vista desde la Tierra, la superficie de la estrella parece congelada en la inmovilidad. Sin embargo, no podríamos observar la extraordinaria suspensión temporal, ya que la luz necesaria se ve también afectada por el mismo aletargamiento y su distancia disminuye hasta valores por debajo de la región visible del espectro. La estrella nos parecería negra.
La teoría nos dice que una estrella en estas condiciones no permanece inerte sino que se hunde sobre sí misma a causa de su propia gravedad, contrayéndose violentamente en un microsegundo, hasta el borde del tiempo, la singularidad espaciotemporal, dejando tras de sí un agujero en el espacio, un agujero negro. La distorsión temporal de la estrella permanece como una marca en el espacio vacío.
Un agujero negro, por consiguiente, representa un camino rápido a la eternidad.
En este caso extremo, no se alcanzaría sólo el futuro más deprisa, sino que se podría alcanzar el fin del tiempo en un abrir y cerrar de ojos. En el instante en que se penetrase en el agujero, fuera habría transcurrido toda la eternidad de acuerdo a su determinación relativa del «ahora». Una vez dentro del agujero, por tanto, nos encontraríamos prisioneros de una distorsión temporal y seríamos incapaces de regresar de nuevo al Universo exterior, ya que éste ya habría concluido. Nos encontraríamos literalmente más allá del fin del tiempo en lo que respecta al resto del Universo.
La singularidad señala el fin de un viaje sin retorno hacia «ninguna parte» y «ningún momento». En un «nolugar» donde el Universo desaparece.
Liberar el tiempo de la camisa de fuerza de la universalidad y permitir que el tiempo de cada observador corra hacia delante libre e independientemente, nos fuerza a abandonar algunas hipótesis.
Por ejemplo, no puede haber acuerdo unánime sobre la elección del «ahora». Una víctima inevitable de la inexistencia de un presente universal es la separación ordenada del tiempo en pasado, presente y futuro. Estos términos tienen sentido local, pero no pueden aplicarse a todas partes.
El abandono de una clara distinción entre pasado, presente y futuro es un paso profundo, puesto que es muy grande la tentación de suponer que sólo el presente existe realmente. Se supone, generalmente sin pensarlo, que el futuro no está aún formado ni quizá determinado; el pasado se ha esfumado, aunque lo podamos recordar. Queremos creer que el pasado y el futuro no existen. Sólo un Instante de la realidad parece ocurrir «a la vez».
La teoría de la relatividad convierte estas nociones en algo sin sentido. Pasado, presente y futuro deben ser igualmente reales, puesto que el pasado de una persona es el presente de otra y el futuro de una tercera.
Cuando Newton publicó sus leyes de la mecánica, mucha gente consideró el fin del concepto del libre albedrío. De acuerdo con la teoría de Newton, el Universo es un enorme mecanismo de relojería que se mueve por un camino predeterminado hacia un estado inalterable. La trayectoria de cada átomo está supuestamente dada y decidida desde el principio del tiempo. Los seres humanos son nada más que máquinas atrapadas en este colosal mecanismo cósmico.
Pero luego apareció la nueva física con su relatividad, el tiempo y el espacio y su incertidumbre cuántica. Con ella, los temas de la libertad de elección y el determinismo pasaron nuevamente al primer plano de la más candente controversia.
Por un lado, la mecánica cuántica otorga al observador un papel vital en la naturaleza de la realidad física.
Esto parece ofrecer a los seres humanos una excepcional capacidad de ejercer influencia sobre la estructura del Universo físico de un modo que no se podía ni soñar en la época de Newton. Por otro lado, la teoría de la relatividad, derribando los conceptos de tiempo universal y de pasado, presente y futuro absolutos, evoca una imagen de un futuro que, en cierto sentido, ya existe y, por tanto, convierte en irrisoria la victoria conseguida con la ayuda del factor cuántico. Si el futuro esta ahí, ¿cómo vamos a poder alterarlo?
Si el Universo ha sido diseñado por Dios, entonces debe tener algún propósito. Si este propósito nunca se consigue, Dios habrá fracasado. Si se consigue, la continuación del Universo no será necesaria. El Universo, al menos en la forma que lo conocemos, habrá llegado a su fin.
La segunda ley de termodinámica reduce inexorablemente la organización del Universo al caos. Dondequiera que miremos, en cada rincón del Cosmos, la entropía está aumentando irreversiblemente y el inmenso depósito de orden cósmico se agotará, tarde o temprano. El Universo parece destinado a continuar desmenuzándose hasta quedar finalmente detenido en un estado de equilibrio termodinámico y máximo desorden después del cual ya nada ocurrirá. Los físicos denominan a esta deprimente perspectiva «la muerte entrópica».
Las estrellas empiezan a perder luminosidad, como velas que se consumen y se van apagando una a una. En las profundidades del espacio las grandes ciudades celestiales, las galaxias, desordenadas por los acontecimientos de todas las épocas, van muriendo paulatinamente. Decenas de miles de millones de años transcurren en la creciente oscuridad. Ocasionalmente, llamas vacilantes de luz destacan sobre el fondo oscuro de la noche cósmica y arrebatos de actividad retrasan la sentencia de un Universo condenado a convertirse en cementerio galáctico.
Aunque la ciencia nos ofrece una variedad de teorías sobre el destino del Universo, todas contemplan su muerte tal como lo conocemos hoy. Hasta aquí coinciden con la escatología religiosa. Sin embargo, las escalas de tiempo involucradas son tan inimaginablemente inmensas que es imposible relacionar la muerte del Cosmos con las actividades humanas.
Si hay criaturas conscientes en un futuro tan remoto que la época actual parezca indistinguible de la época de la creación, no serán sin duda seres humanos. Trillones de años de evolución y avance tecnológico se encargarán de ello.
Un tema relacionado con el futuro remoto del Universo y sus habitantes es la interesante cuestión de si existe algún límite en el grado de control que las criaturas inteligentes pueden ejercer sobre el mundo natural. No hay contradicción en un Universo que evoluciona de acuerdo con leyes de la física pero que, sin embargo, está sujeto a control inteligente.
Ser un individuo implica un continuo de experiencias ligadas mediante un factor vinculante, como la memoria. Y la memoria, sin duda alguna, es un factor temporal.
Referencia: Dios y la nueva Física – Paul Davies.